Por miedo a caer si me erguía completamente sobre mis dos
piernas, decidí inspeccionar un poco el espacio a rastras. Las raíces se habían
apropiado de los laterales. Se habían sumergido como cabellos que buscasen vida
para el árbol que me daba cobijo. Sondeaban la tierra y el aire mientras
colgaban por los laterales dando la impresión de ser vides terrosas, o podían
ser incluso gusanos que se movían al son de una música inaudible.
Puede que fuera ese último pensamiento el que me provocó cierto reparo al tener que agarrarme a una de ellas para salir del agujero donde me encontraba al exterior. Tenía miedo de que de repente una de ellas se volviera hacía mi y desvelara su identidad como un gusano o algo peor que estaba durmiendo hasta que yo lo despertase.
Me costó bastante debido a mi estado físico y mental agarrarme una de las raíces antes citadas. Pero no con cierto recelo lo conseguí. Después de desprender un par de cachos de tierra de la pared, pataleando logré manejar la situación y asomar la cabeza por la abertura ojival del refugio.
Me recibió un sol anaranjado con los brazos abiertos. Fue como si yo o el sol mismo hubiéramos esperado hasta el mediodía para abrasar y achicharrar mi piel. Era como una especie de pacto por el cual el alumbraba la inmensidad de la nada desértica a cambio de que le permitiera cebarse con mi piel.
Justo en el momento en el que mis ojos se adaptaron al brillo del astro rey pude sentarme apoyando la espalda en el árbol mientras esperaba otro rato más a la serpiente. Era como esperar al autobús después de las doce de la noche, sabes que no va a venir, pero tampoco tienes nada mejor que hacer. Al menos ahora me acompañaba un bonito sol en su cenit que no quitaba ojo de mí.
Y de esa guisa estuve prácticamente lo que estimo que serían seis o siete horas pensando en nada. Soñando despierto. Imaginando cosas, pensando en las cosas que imaginaba o simplemente mirando al horizonte. Creo que en aquella tarde mis neuronas recibieron nuevos impulsos eléctricos hasta entonces desconocidos.
Una nueva energía impregnaba cada fibra de mi ser. Era como si todo mi cuerpo, tanto físico como mental. Sin exceptuar un solo musculo, hueso, articulación, órgano, cartílago, nervio, vaso sanguíneo, glóbulo rojo o célula. Cada parte de mi cuerpo estaba imbuida por esa nueva energía.
Oleadas arcanamente nuevas de energía se arremolinaban entorno a mí. Era como estar sumido en el fondo del mar pero pudiendo ver las nubes, el sol y el cielo. Alumbrado por una oscuridad luminosa plagada de matices desconocidos hasta entonces.
En ese momento, coincidiendo con uno de mis parpadeos pude vislumbrar el destello de un colgante en la rama directamente superior a mí. De modo que me erguí cuan largo era, y de un salto; como quien intenta coger una estrella, agarré con la mano ese collar.
De todos modos, podría haberlo llamado amuleto más bien, olía a magia y destellaba con una aureola iridiscente mientras descansaba sobre mi mano. Era bastante simple, con el dibujo de un círculo donde se encontraban tres puntos formando un triángulo circunscrito en el interior de la circunferencia.
Aterricé en la tierra del desierto levantando una polvareda de humo seco y sediento alrededor de mí. Me coloque el abalorio sobre los hombros, una vez hecho esto simplemente le di la espalda al sol que en estos momentos moría en pleno atardecer.
Fue así como, impulsado por los rayos naranjas del moribundo astro rey fui impulsado a seguir caminando. Caminando a ninguna parte en concreto, recuperando mi libertad al mismo tiempo que la tierra estéril se rompía y resquebrajaba bajo mis pisadas.
Puede que fuera ese último pensamiento el que me provocó cierto reparo al tener que agarrarme a una de ellas para salir del agujero donde me encontraba al exterior. Tenía miedo de que de repente una de ellas se volviera hacía mi y desvelara su identidad como un gusano o algo peor que estaba durmiendo hasta que yo lo despertase.
Me costó bastante debido a mi estado físico y mental agarrarme una de las raíces antes citadas. Pero no con cierto recelo lo conseguí. Después de desprender un par de cachos de tierra de la pared, pataleando logré manejar la situación y asomar la cabeza por la abertura ojival del refugio.
Me recibió un sol anaranjado con los brazos abiertos. Fue como si yo o el sol mismo hubiéramos esperado hasta el mediodía para abrasar y achicharrar mi piel. Era como una especie de pacto por el cual el alumbraba la inmensidad de la nada desértica a cambio de que le permitiera cebarse con mi piel.
Justo en el momento en el que mis ojos se adaptaron al brillo del astro rey pude sentarme apoyando la espalda en el árbol mientras esperaba otro rato más a la serpiente. Era como esperar al autobús después de las doce de la noche, sabes que no va a venir, pero tampoco tienes nada mejor que hacer. Al menos ahora me acompañaba un bonito sol en su cenit que no quitaba ojo de mí.
Y de esa guisa estuve prácticamente lo que estimo que serían seis o siete horas pensando en nada. Soñando despierto. Imaginando cosas, pensando en las cosas que imaginaba o simplemente mirando al horizonte. Creo que en aquella tarde mis neuronas recibieron nuevos impulsos eléctricos hasta entonces desconocidos.
Una nueva energía impregnaba cada fibra de mi ser. Era como si todo mi cuerpo, tanto físico como mental. Sin exceptuar un solo musculo, hueso, articulación, órgano, cartílago, nervio, vaso sanguíneo, glóbulo rojo o célula. Cada parte de mi cuerpo estaba imbuida por esa nueva energía.
Oleadas arcanamente nuevas de energía se arremolinaban entorno a mí. Era como estar sumido en el fondo del mar pero pudiendo ver las nubes, el sol y el cielo. Alumbrado por una oscuridad luminosa plagada de matices desconocidos hasta entonces.
En ese momento, coincidiendo con uno de mis parpadeos pude vislumbrar el destello de un colgante en la rama directamente superior a mí. De modo que me erguí cuan largo era, y de un salto; como quien intenta coger una estrella, agarré con la mano ese collar.
De todos modos, podría haberlo llamado amuleto más bien, olía a magia y destellaba con una aureola iridiscente mientras descansaba sobre mi mano. Era bastante simple, con el dibujo de un círculo donde se encontraban tres puntos formando un triángulo circunscrito en el interior de la circunferencia.
Aterricé en la tierra del desierto levantando una polvareda de humo seco y sediento alrededor de mí. Me coloque el abalorio sobre los hombros, una vez hecho esto simplemente le di la espalda al sol que en estos momentos moría en pleno atardecer.
Fue así como, impulsado por los rayos naranjas del moribundo astro rey fui impulsado a seguir caminando. Caminando a ninguna parte en concreto, recuperando mi libertad al mismo tiempo que la tierra estéril se rompía y resquebrajaba bajo mis pisadas.