jueves, 21 de julio de 2011

Historias de la ciudad: Dorian 1)

Empiezo publicando este trozo de historieta, no se si sera aborto, o seguira adelante.
Espero comentarios ( a partir de este punto empieza la historia)

El rugido de una sirena rasgó, el tupido velo que la noche había dejado con su paso silencioso y mortífero; espolvoreando incertidumbre entre la oscuridad nocturna manchada de rojo.
 El sonido ignoró el silencio de los durmientes, provocando que varios niños pequeños se despertaran y movieran sus piernecitas al mismo tiempo que lloraban y gritaban llamando a su mamá.
Poco importaba esto a las dos personas que iban dentro del vehículo que cabalgaba la estridente cantante de media-noche. Conforme los elegantes rascacielos, fueron cediendo terreno a los edificios históricos y estos a zonas residenciales de clase media; llegaron a los barrios bajos de la ciudad.
Donde al doblar una esquina, las luces de los faros dieron de lleno. En un campamento de yonkis, que huyeron desprotegidos al ficticio amparo de la luna llena, dejando gran parte de sus pertenecías en el lugar, pero los muertos en vida, no olvidaron sus dosis.
Entre ellos se encontraba “Rat”, que es quien me suele pasar la droga para mis clientes (por llamarlos así, pero un término más preciso, seria… umh; donantes). El pobre chaval no tendría más de 19 años, pero se metió a las drogas a los 15. Pese a que no consumía, era alguien que sabia cuidar al cliente, empezaba dándote unas dosis gratis, y cuando eras suyo, era cuando empezaba a cobrar. Lo había acogido varias veces en mi casa, a cambio de coca, pero como simpatizaba con el movimiento ocupa, acababa fuera antes de la segunda noche.
Pero, volvamos a lo que nos ocupa; nuestro coche patrulla.
Hacía poco que el juego de todas las noches había comenzado, pero ya se había cobrado una de las numerosas víctimas que le seguirían, como ovejas en el matadero. Las piezas se movían graciosamente, como en el ajedrez; orquestadas por fuerzas invisibles a la gente ajenas a la Sociedad, pero que aún así sospechaban algo.
Después de todo el mayor triunfo del diablo, es hacer creer al hombre que no existe.
Y yo, ya había movido pieza, le tocaba el turno a la policía.
Por lo que a mi gran persona respecta, estaba escondido cerca del cuerpo (para ser exactos me había subido a un edificio colindante del típico callejón sin salida donde yacía mi “amante”), y es que la oscuridad de la noche se presta, a que lo más inusual suceda, y mi pobre querida no lo pudo haber hecho peor.
Su pelo, que antaño había estado lleno de vida, era castaño de un tono claro; como la miel, y pese a que ahora se mostraba flácido y tímido hace poco estaba moldeado con una forma sencillamente fantástica. Su rostro, era níveo con ausencia de manchas de color, lunares, pecas, u otros atentados contra su simetría. En él se encontraban unos labios sin pintalabios, de un rojo, tan bello, que no sé como a las rosas se les ocurre la desfachatez de abrir sus pétalos en sus cercanías.
Hasta sus ojos eran preciosamente, simétricos. De un azul profundo, con diferentes líneas negras que recorrían su iris, dando la impresión de que lo tenía dividido como las flores de los nenúfares.
Si seguimos bajando nos encontraríamos con su cuello. El cual estaba despejado de pelo alguno por el recogido en forma de moño que se había hecho. Y adornado con una gargantilla de tela, de un verde que combinaba especialmente bien con las hojas que se habían quedado pegadas a su vestido cuando pasamos, charlando por un parque.
Su gusto para la ropa era impecable, llevaba un precioso vestido lila con estampados, florales. Para ser precisos un “Cheongsam”; que es un vestido tradicional chino. El cual tiene un cuello alto, con unos botones al lado. La pieza de ropa se había acomodado a su cuerpo de tal forma, que parecía una segunda piel, dejando entrever una sugerente figura con curvas atractivas y senos más sugerentes aún.
Pero probablemente lo más atractivo era su perfume; imperceptible para muchos pero, con toques que embriagaban al cerebro. Provocando que miles de agradables sensaciones florecieran en el gusto y el olfato.
El perfume en cuestión evocaba a la canela, y las rosas, recién cortadas, de un día de finales de primavera, en el que el rocío seguía humedeciendo las bellas flores. Instantáneamente provocaba que la mente pensara en aquellas bellezas de oriente, envueltas en nubes de incienso y ríos de sake; las Geishas.
Y es que a pesar de que ella no tenía ningún rasgo oriental, era una apasionada de la cultura nipona. Una persona apasionada que había topado con alguien que le impidió seguir con sus clases de japonés.


Historias de la Ciudad

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