Las llaves sonaron a través de la puerta del piso. Ella, pese a estar acostumbrada a oír ese sonido, no pudo evitar que su pie derecho diera un instintivo paso hacia atrás, que sus ojos se empañaran y tuvo que tragar saliva para intentar deshacer el nudo creado en su garganta.
Como cada noche él llegaba a casa, creyéndose un luchador, con los pantalones medio caídos y la camisa a cuadros empapada de grasa de salpicaduras de aceite frito. Su boca olía a ginebra y su cuerpo olía mal.
La pobre mujer no pudo hacer otra cosa que no fuera arrinconarse, temblando en una esquina de la habitación. De forma que acabo pegada al marco de la puerta de entrada y la pared, provocando que la puerta no pudiera abrirse completamente, al igual que hace tiempo que nada le iba completamente bien.
De repente, la puerta le golpeó, la cara provocando que la superficie de la manera se tiñera de un rojo oscuro y la cara de la víctima de rojo y granate.
- ¡María, zorra cruel! –gritó el hombre- ¡Sal de una vez que te vea, puta!
- V… vo… voy mi amor –respondió una vocecilla trémula detrás de la puerta al tiempo que se apresuraba por colocarse delante de su interlocutor-.
Una vez que la lastimosa fémina estuvo delante del borracho. Este último levanto la mano y la cogió de los pelos. La atrajo hacia él, como si fuera el centro mismo del universo, como si quisiera hacerle sufrir por no poder rellenar su falta de autoestima.
Este no hizo otra cosa si no levantarle la mano y pegarle otra bofetada de tantas. El cuerpo de María estaba lleno de diferentes hematomas, golpes y contusiones y de distintos colores desde el morado hasta el amarillo.
Después le aparto del rostro con sus manos sucias un mechón de pelo que se había apelmazado por el sudor y la sangre que broto con el golpe de la puerta. Le estiro del propio mechón hasta arrancárselo y dijo:
- ¡Te tengo dicho que me tengas la cena caliente cuando venga! –grito al mismo tiempo que pisaba los cabellos arrancados- Trabajo como un esclavo todo el día y después de venir de los amigos, quiero la cena caliente en mi casa.
A continuación de tomar la cena calentada en el microondas y con María a su lado. Cogió un cenicero de la mesita de madera negra del comedor y lo tiro al suelo con tan mala intención, que fue directo al pie de su mujer-esclava.
Definitivamente ese patán se creía un luchador, eso sí era un luchador borracho y despreciable, sin honor. Un desertor de la humanidad.
Más tarde, cuando la pobre muchacha se pudo vendar el pie en el cuarto de baño. El agresor la asió del brazo y le intento susurrar al oído:
- Vamos a la cama –recalquemos el intentó por que con su asqueroso olor a tabaco y alcohol, unido a las botellas que se había tomado casi grito lo que Maria no había gritado cuando le golpeó el cenicero-.
Una vez dicho esto estiro de la desgraciada en dirección al dormitorio, mientras esta gimoteaba y ya en la puerta del dormitorio decía:
- Una, vez más mi amor no –en este punto se le quebró la voz y una lagrima surco su rostro-. Por favor…. Los niños duermen, una vez más n….
- ¡Cállate zorra! -gritó su verdugo pegándole una bofetada- ¡¡ Eres mía, sabes, y harás lo que yo te diga!!
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