Os paso uno de los citados sueños fragmentado en varias dosis ;·
Lo dicho, disfrutarlo si les place estimados lectores
*hace reverencias postrándose ante el ordenador*
Estaba corriendo completamente desnudo en un paramo desolado. Con un sol
sangrante que coloreaba el cielo de un irreal rojo y caldeaba el aliento del
viento hasta límites insospechados. Tanto calor hacia, que la vida era
imposible en el desierto en el que me encontraba, ni un solo cactus
crecía.
No sé por qué corría, podría ser que huyese o buscase algo, puede que incluso
alguien. El caso es que una cosa era segura, llevaba días puede que semanas o
incluso meses corriendo sin descanso. Mi piel se había quemado tanto por el
camino que ahora estaba bronceada y era completamente insensible al astro rey.
Mis labios tenían costras de piel seca alrededor, el sudor le daba un sabor
salado a mi piel y el mismo sol agrietaba mi garganta.
Agrietada también estaba la tierra arcillosa que pisaba. Completamente
deshidratada por la sequia, las grietas en la tierra describían figuras
geométricas caprichosas sobre las que pisaban mis pies.
Unos pies que estaban cansados y mal heridos por el esfuerzo, pero que pese a
todo seguían funcionando atenuando el ritmo.
Sin embargo esto no influía al panorama desolador y completamente vacío del
desierto agrietado donde me encontraba, vacío en su totalidad por la excepción
de un árbol muerto en lo que parecía la cercanía pero realmente era una lejanía
insospechada. Ante mi se cernían miles de kilómetros de tierra estéril con un
árbol muerto enfrente.
Sin que ninguna de estas condiciones adversas me importase me sentía solo, y
completa y gozosamente libre. Sin preocuparme por esas naderías sin
importancia. Alegre de poder correr hacia donde quisiera. De hecho lo hacía
como un loco. Podía seguir adelante o dar la vuelta cuando quisiera.
El único problema real era mi soledad, quien acompañada únicamente por mi
cansancio me incito a parar de correr para caminar. Fue en esta transición
cuando trague mi saliva, la que al deslizarse por mi garganta y provocarme
dolor me hizo darme cuenta de lo mal que estaba todo.
Estaba hambriento, sediento y cansado. Sin refugio alguno o protección de ningún
modo, por no hablar de la imposibilidad de acallar la cantinela de mí estomago.
Pero por encima de todo estaba el hecho de estar solo, agobiante y
aterradoramente solo.
De repente esa libertad se torno en opresión e indecisión ¿A dónde debería
dirigirme? ¿Debería correr o caminar? ¿Qué haría cuando llegase? ¿Y si no
llegase? ¿Pasaría algo si me quedase quieto esperando la muerte? ¿Podría
conciliar el sueño en ese territorio hostil? ¿Y qué probabilidades de morir
tenía si volviese a emprender otra caminata o carrera?
Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras meditaba sobre mis dudas de pie
sin que el sol decidiera aflojar una gota de clemencia sobre mí. Fije mi mirada
en el suelo, desviándola del astro rey que decidió descargar su ira sobre mi
cuerpo. Con cuidado de no apretar los labios para no sentir dolor ni hacer
movimientos bruscos que envolvieran a la garganta.
Fue en ese momento cuando vi mi primera comida en mucho tiempo. Entre la tierra
había semienterrado un diminuto gusano, más pequeño que mi dedo pulgar.
Obviamente en el instante que lo vi no me pare a hacer contemplación alguna.
Simple y llanamente me agache en la medida que mis pies me lo permitían, cogí
al gusano por la cabeza mientras me miraba atentamente. Y lo introduje en mi
boca. Trague sin masticar.
Mala idea. El insecto seguía vivo y decidió reptar por mi boca y esófago.
Provocándome cosquillas, seguramente si mi estomago hubiese recibido alimento
anterior habría vomitado. Pero por la falta del mismo me limite a toser hasta
que el gusano surco el aire del maldito secarral donde me encontraba entre
pequeñas gotas de saliva aterrizando en un charquito rápidamente evaporado de
babas. Huelga decir, que para cuando llegue el gusano estaba muerto.
De tal manera que recogí el cadáver y por vez segunda lo introduje entre mis
dientes. Esta vez masticando y tragando logre llevar alimento a mi ser.
No tarde mucho en sentir que algo me decía que no debí haberlo hecho. Ese algo
no era una de esas sensación extrasensorial de las historias baratas de terror,
ni el escalofrió que te recorre la espalda, ni el sudor; ni si quiera el mal
sabor de boca que me dejo el bicho. Ese algo era más bien alguien. Una voz
aterciopelada, perfecta y suavemente modulada que decía que no debí haber
ingerido mi último bocado.
Provenía de mi espalda, y con el corazón en un puño, con el dolor de todo mi
cuerpo y mis labios ardiendo poco a poco, muy poco a poco como si temiese lo
que fuera a ver me gire. Lentamente, con la misma carencia de velocidad que
inicie el giro oí un seseo, todo ello para encontrar una enorme serpiente de
piel negra, oscura y vetusta erguida detrás de mí.
Aunque el hecho de tener una serpiente desconocida de proporciones difusas y
poco descriptibles no era lo que me hizo quedarme paralizado del propio terror.
Más bien eran sus ojos, como si fueran dos joyas redondeadas perfectamente
negras daban la impresión de haber existido durante evos o milenios. Aún hoy
esos ojos negros, profundos y brillantes pueblan mis pensamientos.
En el mismo momento que me vio el reptil, tranquilamente se dio la vuelta sobre
su piel negra girando hasta encarar el árbol seco. Comenzando su recorrido,
invitándome a seguirla para volver a ver sus ojos.
De modo que fatigado aunque con un interés retomado en la vida en si misma comencé
el camino que trazaba mi reptiliana amiga delante de mí.
A medio camino dimos un giro de ciento ochenta grados, en el cual pude ver como
unas escamas de piel muerta se quedaban pegadas a la tierra arcillosa que
pisábamos. Manteniéndose en todo momento delante y sin dar importancia a si yo
la seguía o no, introdujo su boca en un agujero del suelo.
Una madriguera de donde saco un mamífero blanco que engullo sin más
detenimientos para proseguir su marcha sin detenerse. Cosa que a mí no me
importo y metí la mano en el hogar de las criaturas.
Tarde unos agobiantes y calurosos segundos en dar con uno de ellos, imagino que
el único que no estaba aterrado por mis repetidos arañazos en las paredes con
las uñas desaliñadas acompañadas de las yemas. Obtuve una diminuta cría de
menor tamaño que mi puño, aproximadamente la mitad. Creo que no es necesario
decir cuál fue el final del joven conejo, devorada su carne y bebida su sangre
mientras aún se movía.
Y después de este ligero tentempié que atenta contra todas leyes civilizadas
creadas por el hombre. Repase mis labios heridos; pegajosos y húmedos por la
sangre para disponerme a seguir a quien me llevó hasta la comida más decente
que había tenido en meses. Ahora que lo pienso me extraña, que no me
sorprendiera encontrar vida en aquel páramo muerto.
Curiosamente aunque me pareció que había aumentado su velocidad, pude acortar
fácilmente los veinte metros que nos separarían hasta convertirlos en cinco.
Siempre mientras ambos continuábamos nuestras marchas constantes, pese a todo
yo me mantuve hasta que llegamos a nuestro destino a cinco metros de distancia
de mi guía.
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