domingo, 9 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte I

Os paso uno de los citados sueños fragmentado en varias dosis ;·
Lo dicho, disfrutarlo si les place estimados lectores

*hace reverencias postrándose ante el ordenador*




Estaba corriendo completamente desnudo en un paramo desolado. Con un sol sangrante que coloreaba el cielo de un irreal rojo y caldeaba el aliento del viento hasta límites insospechados. Tanto calor hacia, que la vida era imposible en el desierto en el que me encontraba, ni un solo cactus crecía.
No sé por qué corría, podría ser que huyese o buscase algo, puede que incluso alguien. El caso es que una cosa era segura, llevaba días puede que semanas o incluso meses corriendo sin descanso. Mi piel se había quemado tanto por el camino que ahora estaba bronceada y era completamente insensible al astro rey. Mis labios tenían costras de piel seca alrededor, el sudor le daba un sabor salado a mi piel y el mismo sol agrietaba mi garganta.
Agrietada también estaba la tierra arcillosa que pisaba. Completamente deshidratada por la sequia, las grietas en la tierra describían figuras geométricas caprichosas sobre las que pisaban mis pies.
Unos pies que estaban cansados y mal heridos por el esfuerzo, pero que pese a todo seguían funcionando atenuando el ritmo.
Sin embargo esto no influía al panorama desolador y completamente vacío del desierto agrietado donde me encontraba, vacío en su totalidad por la excepción de un árbol muerto en lo que parecía la cercanía pero realmente era una lejanía insospechada. Ante mi se cernían miles de kilómetros de tierra estéril con un árbol muerto enfrente.
Sin que ninguna de estas condiciones adversas me importase me sentía solo, y completa y gozosamente libre. Sin preocuparme por esas naderías sin importancia. Alegre de poder correr hacia donde quisiera. De hecho lo hacía como un loco. Podía seguir adelante o dar la vuelta cuando quisiera.
El único problema real era mi soledad, quien acompañada únicamente por mi cansancio me incito a parar de correr para caminar. Fue en esta transición cuando trague mi saliva, la que al deslizarse por mi garganta y provocarme dolor me hizo darme cuenta de lo mal que estaba todo.
Estaba hambriento, sediento y cansado. Sin refugio alguno o protección de ningún modo, por no hablar de la imposibilidad de acallar la cantinela de mí estomago. Pero por encima de todo estaba el hecho de estar solo, agobiante y aterradoramente solo.
De repente esa libertad se torno en opresión e indecisión ¿A dónde debería dirigirme? ¿Debería correr o caminar? ¿Qué haría cuando llegase? ¿Y si no llegase? ¿Pasaría algo si me quedase quieto esperando la muerte? ¿Podría conciliar el sueño en ese territorio hostil? ¿Y qué probabilidades de morir tenía si volviese a emprender otra caminata o carrera?
Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras meditaba sobre mis dudas de pie sin que el sol decidiera aflojar una gota de clemencia sobre mí. Fije mi mirada en el suelo, desviándola del astro rey que decidió descargar su ira sobre mi cuerpo. Con cuidado de no apretar los labios para no sentir dolor ni hacer movimientos bruscos que envolvieran a la garganta.
Fue en ese momento cuando vi mi primera comida en mucho tiempo. Entre la tierra había semienterrado un diminuto gusano, más pequeño que mi dedo pulgar. Obviamente en el instante que lo vi no me pare a hacer contemplación alguna. Simple y llanamente me agache en la medida que mis pies me lo permitían, cogí al gusano por la cabeza mientras me miraba atentamente. Y lo introduje en mi boca. Trague sin masticar.
Mala idea. El insecto seguía vivo y decidió reptar por mi boca y esófago. Provocándome cosquillas, seguramente si mi estomago hubiese recibido alimento anterior habría vomitado. Pero por la falta del mismo me limite a toser hasta que el gusano surco el aire del maldito secarral donde me encontraba entre pequeñas gotas de saliva aterrizando en un charquito rápidamente evaporado de babas. Huelga decir, que para cuando llegue el gusano estaba muerto.
De tal manera que recogí el cadáver y por vez segunda lo introduje entre mis dientes. Esta vez masticando y tragando logre llevar alimento a mi ser.
No tarde mucho en sentir que algo me decía que no debí haberlo hecho. Ese algo no era una de esas sensación extrasensorial de las historias baratas de terror, ni el escalofrió que te recorre la espalda, ni el sudor; ni si quiera el mal sabor de boca que me dejo el bicho. Ese algo era más bien alguien. Una voz aterciopelada, perfecta y suavemente modulada que decía que no debí haber ingerido mi último bocado.
Provenía de mi espalda, y con el corazón en un puño, con el dolor de todo mi cuerpo y mis labios ardiendo poco a poco, muy poco a poco como si temiese lo que fuera a ver me gire. Lentamente, con la misma carencia de velocidad que inicie el giro oí un seseo, todo ello para encontrar una enorme serpiente de piel negra, oscura y vetusta erguida detrás de mí.
Aunque el hecho de tener una serpiente desconocida de proporciones difusas y poco descriptibles no era lo que me hizo quedarme paralizado del propio terror. Más bien eran sus ojos, como si fueran dos joyas redondeadas perfectamente negras daban la impresión de haber existido durante evos o milenios. Aún hoy esos ojos negros, profundos y brillantes pueblan mis pensamientos.
En el mismo momento que me vio el reptil, tranquilamente se dio la vuelta sobre su piel negra girando hasta encarar el árbol seco. Comenzando su recorrido, invitándome a seguirla para volver a ver sus ojos.
De modo que fatigado aunque con un interés retomado en la vida en si misma comencé el camino que trazaba mi reptiliana amiga delante de mí.
A medio camino dimos un giro de ciento ochenta grados, en el cual pude ver como unas escamas de piel muerta se quedaban pegadas a la tierra arcillosa que pisábamos. Manteniéndose en todo momento delante y sin dar importancia a si yo la seguía o no, introdujo su boca en un agujero del suelo.
Una madriguera de donde saco un mamífero blanco que engullo sin más detenimientos para proseguir su marcha sin detenerse. Cosa que a mí no me importo y metí la mano en el hogar de las criaturas.
Tarde unos agobiantes y calurosos segundos en dar con uno de ellos, imagino que el único que no estaba aterrado por mis repetidos arañazos en las paredes con las uñas desaliñadas acompañadas de las yemas. Obtuve una diminuta cría de menor tamaño que mi puño, aproximadamente la mitad. Creo que no es necesario decir cuál fue el final del joven conejo, devorada su carne y bebida su sangre mientras aún se movía.
Y después de este ligero tentempié que atenta contra todas leyes civilizadas creadas por el hombre. Repase mis labios heridos; pegajosos y húmedos por la sangre para disponerme a seguir a quien me llevó hasta la comida más decente que había tenido en meses. Ahora que lo pienso me extraña, que no me sorprendiera encontrar vida en aquel páramo muerto.
Curiosamente aunque me pareció que había aumentado su velocidad, pude acortar fácilmente los veinte metros que nos separarían hasta convertirlos en cinco. Siempre mientras ambos continuábamos nuestras marchas constantes, pese a todo yo me mantuve hasta que llegamos a nuestro destino a cinco metros de distancia de mi guía.



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