martes, 3 de enero de 2012

Eiloc: Cap 2) Presentación de Camthaliön Resubida

Nota: Este capitulo aun no esta terminado, es lo que había antes en el blog, aun le quedan unas cuantas partes



<< Nunca me han gustado las fiestas. Puede que sea eso lo que me ha llevado, tras años de estudio y sacrificio. A obtener la túnica dorada que me señala como Archimago. >>
<< La razón de esta aversión, debe provenir, sin duda alguna de mi infancia. Cuando no había tiempos para sortilegios o hechizos. Ni dinero para una educación básica. Cuando podría considerarme afortunado su ese día no tenía nada para comer; y no me daban una paliza que me dejaría postrado en la cama cerca de dos semanas mal contadas. >>
Y es que el Archimago de la prestigiosa escuela de Tamuyr; no disfrutó siempre de los beneficios de la magia y la jet-set. Prueba de ello es su anterior nombre: “Perro”
Por aquel entonces, el vestía con unos harapos profundamente raídos. Producto natural y resultante de dos años de vida en las calles comiendo de la basura, y mendigando alguna moneda para recibir un puñetazo. Su cara distaba mucho de ser el semblante distendido y amable de estos días. Embadurnada del hollín de las chimeneas que limpiaba. La faz del chiquillo era la cara de alguien a quien la desventura, la muerte y la incomprensión, recamaban desde tiempos inmemorables.
Sus manos eran raquíticas y huesudas; tan demacradas como el resto del cuerpo. Estas estaban plagadas de arañazos y cortes. Provocados en su mayoría por el “buceo” (recolecta de comida en los contenedores).
Las piernas eran la otra parte de su joven cuerpo que peor era tratada. Magulladas, y en mayor parte del tiempo sangrantes. Podría decirse que hacían juego con las manos. La única diferencia con las partes superiores era la localización y gravedad de las heridas. Además de que las piernas estaban ligeramente protegidas por unos vaqueros.
Los encontró el verano pasado 1 colgados de una viga, en un granero abandonado. Después de cerca de una fatigosa media hora intentando trepar por un pilar de madera. Decidió lanzar una piedra y ver qué pasaba. ¡Et voila! El guijarro dio en la hebilla, rebotando (¿pero qué?) y metiéndose en uno de los seis bolsillos del pantalón. Desequilibrándolos y posándolos en el suelo con escasa delicadeza.
En el preciso instante en el que los pantalones besaron el suelo. El chico, (el que el único nombre que había conocido hasta ese instante era Bastardo) cogió una antigua nota, envejecida, en la que ponía Fiwë Fenfalas.
No se atrevió a adoptar el nombre. Debía pertenecer a alguien importante (pensó él), en su ignorancia llego incluso a pensar que poseía los antiguos pantalones de un noble. Cosa que en los suburbios en los que dormía, era algo útil y/o peligroso. Lo que le llevo al segundo golpe de suerte 2 de aquel año. Aprender una profesión.
1: El que según había sido el mejor verano de toda su existencia
2: Que no fue necesariamente bueno, ni necesariamente malo.


Fue una mañana. Cuando después de pasar la acostumbrada noche en la que prácticamente molió todos sus desprotegidos huesos en el frio empedrado, encontró al que le enseño su primer oficio.
Siguiendo la compleja maraña de rituales y leyes no escritas; necesarias para sobrevivir a la vida en los barrios bajos. Bajo hasta el centro ciudad para evitar así el encontrarse con gente más fuerte que él (razón principal para dejarlo postrado en cama). Pero, aun asi nos os confundáis. No es que fuera bien trato en el centro, sus andares y ropas escandalizaban a los nobles (que en lugar de acercarse y ayudarle, dándole una comida digna, lo miraban con recelos y palpabanse sus ricas y delicadas vestimentas) mientras que su raquitismo y aspecto famélico hacían que los vendedores recontasen sus productos como si les fuese la vida en ello.
Prácticamente los únicos que no lo miraban con desprecio eran los escasos artistas callejeros. Nómadas la mayor parte de ellos, estaban acostumbrados a ver desgracias. Y, aun en escasas ocasiones; repartían alguna manzana medio podrida  o los restos de la cena de ese día entre algún agraciado vagabundo que pasara por allí. Este comportamiento era curioso y harto extraño. Debido a que muchas veces ellos mismos no tenían que llevarse a la boca, y si lo tenían no solía sobrepasar el mendrugo de pan acompañado de un vaso de tinto y puede que un filete reseco en los días de fiesta.
Puede que ellos como juglares y no trovadores1 que eran entendiesen mejor las necesidades de los pobladores de las calles; o puede que simplemente decidieran ser simpáticos.
Poco importa eso cuando llevas más de una semana sin comer. Al acercarse el chiquillo al campamento de los juglares, los pelillos de su nuca se erizaron como respuesta a la alegría y algarabía cercanas. Loco, de la emoción por conseguir algo que llevarse a la boca no pudo contenerse y echo a correr calle abajo hasta toparse de con la paciente fogata que quedaba de la noche anterior.
El chaval busco a los artistas, y al no encontrarlos pensó que aun estarían actuando dos calles más abajo. Y pensando en ocasiones anteriores decidió adentrarse en la cocina para coger un pedazo de pan con sutileza e irse como si no hubiera pasado nada.
 La cocina en sí, probablemente no fuera digna de aquel titulo. Era una tienda anexa a la tienda donde se guardaban los instrumentos necesarios para las actuaciones. Si gustásemos de entrar en ella, veríamos una proporción ingente de hierbas medicinales colgadas en ramilletes de lo alto de la tienda. En caso de bajar la mirada daríamos de lleno con los escasos platos de barro existentes, que en ese momento estaban a medio fregar. Si giramos la cabeza inevitablemente veríamos autenticas montañas de vegetales. Las montañas verdes estaban dispuestas de tal manera que pareciera enfrentadas con un grupo de hogazas morenas y tostadas al calor del horno.
Fue a ese lugar adonde se dirigió el futuro Archimago, no sin antes reparar en un libro que estaba descansado en una mesa en el centro de la cocina. El libro en cuestión no era muy llamativo, de unas tapaderas de cuero rojo, con caracteres dorados tatuados en el lomo, y de un grosor de unos cinco centímetros. El Camthaliön de aquel entonces no sabía leer, pero pensó que no hacia mal a nadie vendiendo ese libro. A fin de cuentas los juglares no lo echarían en falta, dado que estaba sepultado bajo unas hojas de lechuga y algunas cascaras de cebolla.

1: Mientras que el trovador suele trabajar como cantautor en cortes, o similares, gracias a su (usual) educación de clase “alta” (muy entrecomillada esta última palabra). El juglar suele interpretar las canciones de los primeros con algunos apaños de su propia cosecha (debido en parte a su usual origen más humilde), amenizando las tardes de los transeúntes y recibiendo limosnas.


De modo, que con pensamientos de venta y beneficios en mente abandono el campamento con un cacho de pan duro y mohoso y un libro rojo (en otras circunstancias habría cogido una hogaza entera y en buen estado, pero algo en el fondo de su corazón le instaba a dejar aquel libro en su lecho de despojos de la ensalada de anoche). Esta vez no corrió por las calles, ni siquiera ando rápido, estaba ocupado pensando en cuanto podría valer el libro. Porque seamos sinceros, uno no puede ser analfabeto y pretender ser un experto tasador de libros.
Basándonos en el precio del cuero de base podría pedir un precio relativamente moderado prácticamente alto; pongamos unas tres monedas de oro. Si nos fijamos en la cantidad considerable de papel podríamos aumentar el precio hasta llegar a unas cincuenta monedas de cobre extra. Aún así ese precio solo daría para comer bien un mes escaso. Y eso teniendo en cuenta que no intenten rebajarlo.
Ya por la noche pensó que debería pedir más. ¿Qué tal si les saco una moneda de plata en lugar de cincuenta de cobre? Si hago eso puede que pueda dormir dos semanas en una posada. No, eso no me compensaría, debería usar ese dinero en comprarme ropa decente y encontrar un trabajo pero ¿qué puedo hacer yo? Alguien que su ultimo (y único) recuerdo antes de despertarse en las calles es el de unas manos delicadas empujándolo a hasta llegar al extrarradio.
Probablemente me dejen trabajar como monaguillo… aunque mejor pensado eso de no pecar para alguien que vive de los hurtos y las basuras…. No lo veo. ¿Y si fichase de campesino? Imposible, no me creo capaz de pagar impuestos a algún vago, que es más necio que yo.
Visto así parece que mi única salida es pagar para meterme a aprendiz de algún artesano. O ser un vulgar estafador de poca monta que venda crece pelos, filtros de amor, o “haga” milagros. Pero aunque uno haya vivido en la calle, tiene una moral. No puedo timar a los que han sufrido lo mismo que yo, y han recibido el abrazo del frio desde la noche hasta el alba.
Por otro lado podría simplemente comprar comida e ir a vivir junto a los paganos, y los proscritos en los bosques. Si tengo suerte me encontrare con algún guardabosques que me enseñara el oficio… pero bien pensando es la más peligrosas de estas ideas. En los bosques se refugian todos los desechos de la sociedad, bandidos, proscritos, herejes y paganos… Mejor pensado haría mejor en ponerme un cartel en la espalda que ponga:
 “Tengo dinero, róbame.”
Fue en medio de estos pensamientos de futuro, cuando Camthaliön se choco contra una figura vestida de negro. Esta le dio un empellón que lo desequilibro y lo lanzo a un charco de barro.
<<Perfecto, ahora tengo un pan mohoso lleno de barro y un libro que. ¡Se ha salvado! –pensó Camthaliön>>
En efecto, el libro se había salvado, pero eso no significaba que fuese suyo. La figura vestido de negro se había apropiado del libro (según el chaval).
-          ¡Eh, tú devuélveme mi libro! –grito, levantándose lo más dignamente que pudo-
Como toda respuesta la figura vestida de negro siguió caminando con el libro rojo bajo el brazo, no sin antes arrojar una bolsa de monedas a los pies del chico.
-          ¡Que me lo des! – reitero Camthaliön-
El silencio, fue la única respuesta obtenida, esto no tranquilizo al chaval, lo irrito más aun (¡Ese tío se estaba riendo de él!). Y tras coger la bolsa de monedas se lanzo a la carrera. Cuando la figura giro rápidamente la cabeza y vio que el chico perseguía su sombra, no solo no echo a correr si no que se paró en seco, dándole la espalda. Levanto la mano, y no hizo nada mas salvo devolver su brazo a la posición inicial.
El chico, más irritado aún por la vaga respuesta de la persona que tenía delante. Acelero, más hasta, que llego al punto de estar a un palmo del ladrón de su libro. Y al dar un paso, sin explicación aparente se cayó y volvió a comer algo de barro.
Cuando escupió el barro, expulsándolo así de su boca. Vio que tenía una mano completamente blanca tendida frente a él. Parecía como si quisiera ayudarlo. Pero el chico, lleno de rabia le dedico una sonrisa bobalicona y un escupitajo como respuesta. Y se levanto solo sin borrar la estúpida e irritante sonrisa de su cara.
-¿Quieres darme mi libro? –dijo, conteniéndose para no gritar-
Fue, en ese momento. Cuando la figura permitió que el viento empujara la tela que cubría su cabeza. Para así revelar un bello rostro, coronado por cabellos negro, como el tizón, que en contraste con su pálido rostro, le daban el aspecto de un muerto… bueno un muerto, demasiado vivo. Los ojos parecían auténticos pozos en los que las estrellas se reflejaban, iluminando el rostro, de un cariz preternatural.
-¿Tu libro?-respondió una voz femenina y melodiosa- Este libro, no es tuyo, te lo acabo de comprar. –y antes de que le diera tiempo a recomponerse añadió- ¿No es eso lo que querías?
El chico, que no estaba acostumbrado a que le leyeran el pensamiento 1. No se le ocurrió otra cosa que ponerse a gritar a pleno pulmón:
-¡¡BRUJA!! – breve pausa para recuperar aire después de su monumental aullido- ¡Es una bruja!
-Idiota –masculló la mujer-
Dicho esto, la mujer no hizo gran cosa. Salvo, volver a protegerse bajo la capa y la capucha, y proseguir su camino, después de cerrar los ojos un momento y descolgar el farolillo que iluminaba la calle. No tardo en estrellarlo contra el pavimento, al tiempo que dijo:
“Oh ojos negros. Ayudadme a ver, solo una mirada, para que me pueda, yo esconder”.
Al instante, los transeúnte de la oscurecida calle. Sintieron como un ropaje pasaba rápidamente cerca de sus pieles, pero sin siquiera rozarlas.
1: Entenderlo, no solo es la irritación obvia de este encuentro. Si no que además se le suma el ataque psíquico que acababa de recibir
A los cinco minutos, el miedo de los adultos era palpable  en el aire. No es que temiesen que la mujer les hechizara, o robara a sus niños. A fin de cuentas eran relativamente normales las brujas que pasaban por la ciudad y no se molestaban en usar sus poderes. El problema radicaba en que en el fondo temían a lo desconocido. Y ellos acaban de ver magia en acción. Que por muy débil que fuera siempre necesita concentrar altos nivel de energía para trastocar la realidad.
Y es que en un pueblo acostumbrado a las supersticiones. No pasa por alto el aullido de los perros, en la medianoche, ni el vuelo de los cuervos en forma de uve, como tampoco permite que los gatos negros pueblen sus calles. Razón, por la cual esta vez tampoco lo tacho de paparruchas.
Los perros, entonaron su canción. Los cuervos se elevaron de los pegajosos campos de malvas que son los cementerios. Y los gatos negros salieron a las calles.
¡Imaginad el revuelo montado! Tenemos varios ignorantes intentando pasar a la acción de la forma más organizada posible, correteando de un lado a otro, santiguándose y buscando la Iglesia más cercana. La muerte sobrevolaba los edificios de la ciudad. Ningún lugar estaba a salvo, los campanarios tañían sus campanas, al son del fuego iniciado a la desbandada por los campesinos.
Los rumores se propagaban al ritmo del fuego, mientras uno lamia y destruía las casas hace poco serenas. Los otros, no lograban ponerse de acuerdo en cuan de espantosa era la mujer. Unos decían que era hija del mismísimo Satanás, mientras que los otros hablaban de una trágica historia de amor que acabo con la muerte de la joven, dándole poderes de ultratumba para consolidar su venganza y desfigurando su rostro cada luna llena.
Los durmientes, salieron del amparo del hogar a las frías aceras, aún en camisón, y los que pudieron con algo de ropa o dinero encima. Los llantos de los niños y las mujeres rasgaban el cielo como si se tratasen de saetas. Más de un pequeño murió asfixiado por el humo esa noche. Tal era la impotencia de los habitantes de la ciudad
No tardaron en oírse lacónicos rezos y oraciones a los diferentes dioses, el compas de estos era marcado por la acuciante necesidad de encontrar un camino entre las llamas para poder ir al rio del bosque. Pese, a las múltiples promesas y ofrendas recibidas en forma de vidas, los dioses deberían estar riéndose de esos mortales. Asustados por el equivalente medieval a unas gafas de visión nocturna.
El olor a carne asada impregno la ciudad, con un tétrico humor negro. Hacía meses que los habitantes no podían costearse un banquete como el que les ofrecía la antropofagia en esos instantes.
El caos era el verdadero rey de la ciudad. La muchedumbre, enfurecida y atemorizada buscaba la manera de salir de este infierno. Mientras que los más pobres y desgraciados intentaban aprovecharse de las casas desprotegidas saqueando los objetos de valor, encerrándose así en su propia mastaba de lujo derretido y carne quemada.
Los inmortales despertaron al son de las campanadas. Controlados por sus instintos asesinos y su eterna sed. El fuego los había despojado de las artes de seducción y el misterio que los caracteriza. Ahora se habían convertido en vulgares asesinos, que no eran capaces de controlarse. Mientras que algunos corrían en dirección contraria al fuego, otros procuraban alimentarse del primer desgraciado que se cruzase en su camino. Las calles recibieron un baño de sangre que no recibieron desde su construcción, a manos de esclavos.
Los hijos de la noche, degollaban a vírgenes y madres por igual, sin importarles el status o condición social. Solo ansiaban el líquido que calmaría su constante sed. Muy pronto la población quedo diezmada, por los asesinos nocturnos. Que ahora no se contenían y se deleitaban clavando sus uñas en gargantas ajenas. O mordiendo alguna vena. Los pocos que aun mantenían la compostura, disfrutaban dando tajos en las espaldas de victimas que eran empujadas hasta ellos en una vorágine de violencia. Y luego, lentamente, para prolongar el tortuoso sufrimiento y el deleite previo a la alimentación. Poco, a poco, muy lentamente. Estiraban de la piel, hasta transformar a sus víctimas en una mole de músculos que chillaban y pidieran que acabaran con sus vidas. Teníamos vampiros de todos, los estilos, desde los sádicos antes mencionados, hasta los “humanos” que intentaban escapar junto a sus familiares humanos, pasando; como no por los que preferían crear progenie.
Fue en el momento de mayor violencia vampírica. Cuando el viento aulló entre las grietas de los edificios robándoles el calor a los vivos y enfureciendo a los vampiros. Cuando las llamas se propagaron por la ciudad, y alcanzaron el bosque. El límite de la frontera entre el rey vecino y la ciudad en llamas.
Como es natural el horror no dejo indiferente a Camthaliön. Quien con un vampiro pisándole los talones. Tomo la más afortunada decisión de su vida 1. Cruzar las llamas. Estuvo cerca de un minuto dudando, pero quemarse era mejor que morir desangrado 2. En apenas un instante, el futuro Archimago, saltó, entre las llamas. Sorteando gran parte del muro de fuego y dejando que el vampiro se quemase, pero quedándose a la mitad del mismo.
El simple hecho de intentar gritar de dolor, le era imposible. El dolor era aun más acuciante si movía cualquier musculo que no fuera estrictamente necesario. Rápidamente y sin siquiera pensarlo, rodo, por la arena, para apagar el fuego. Aun sabiendo que arrastrarse por el suelo le dolería bastante.
Y fue allí, donde poco, a poco, gimiendo como buenamente pudo, fue cediendo, hasta perder la conciencia.

1: Principalmente por que le permitió prolongarla
2: Como nota curiosa: Dudo que ahora mismo hubiera elegido igual. El robo de vida por parte de un vampiro es bastante placentero, para ambos individuos. “Donante” y receptor. Debido a una toxina segregada por los vampiros, a fin de evitar que la victima intente escapar.

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