A estas horas (serán sobre las ocho
de la tarde) no es que se encuentre mucha gente presente en contraste con el
mar de piernas, pantalones, faldas y ruedas que esto es por las mañanas. Los
edificios que arrojaban luz desde sus oficinas alojadas en rascacielos altos
como gigantes, aún seguían iluminando las calles con unos pocos cubículos
iluminados.
Al igual que cuando empezamos el relato estos transmitían
tonos anaranjados, que al juntarse con la oscuridad de la noche y la polución
ajetreada tornaban la luz densa y pesada. Solo interrumpida ocasionalmente por
la sombra de uno o dos oficinistas trabajando que era proyectada como si fuera
la señal de aviso a un superhéroe que nunca llega.
En el fondo había dado este paseo para encontrarme con una
persona en especial. A quien, como no, cambiare el nombre y usaremos uno de sus
nombres clave: Rata.
Rata era y creo que sigue siendo un informador, lo más
curioso de él era como sabía camuflarse y lo bien que cuidaba su atrezzo. Lo
conocí en un festival de música hippie hace un par de años donde él fingía
tener un puesto de venta de camisetas (luego descubrí que el puesto en realidad
era de un amigo suyo). Desde ese evento había llovido mucho, las guitarras y la
psicodelia se habían apagado pero él seguía fingiendo a rajatabla con su
vestuario. No importaba punk, gotico, heavy, policía, profesor, médico o
cualquier otro miembro de la fauna urbana era representable o asiduo en sus
papeles.
Ahora distaba mucho del joven greñudo con una camiseta
estilo Tye-Dye con aureolas hippie. Se encontraba apoyado en una pared junto a
la puerta principal de un rascacielos de forma que queda dentro de la propia entrada
en forma de u.
Pegado al lateral se estaba, tenía en su mano derecha un
cigarrillo encendido que en cada calada iluminaba su rostro volviéndolo rojo
durante milésimas de segundo. Poseía un rostro de facciones bastantes normales,
ojos oscuros aunque ahora clareados por lentillas, pelo negro que había sido
repeinado para atrás y engominado, piel blanca y ningún rasgo notable, ni
heridas ni partes desproporcionadas. Todo ello coronado en esta ocasión por
unas gafas de cristales cuadrados que se enganchaban a cada oreja una de sus
patillas.
Si bajamos por el cuello podemos ver una corbata rojo carmesí
elegantemente anudada que hacia contraste con su camisa blanca y su chaqueta
americana negra. En la mano izquierda tenía un maletín de cuero relleno de
folios que el mismo rata se había encargado de fotocopiar y escribir en ellos
para mejorar su disfraz.
Viendo incluso lo logradísima que era la raya de en medio de
sus pantalones también negros podía incluso imaginar, que era capaz hasta de
usar la misma colonia barata de oficinista de cada una de las torres del
distrito financiero. Y lo que es peor, lograr que su cuerpo sudase igual que el
del resto de los mortales hacinados en cubículos para infiltrarse incluso con
el olor.
Para terminar de poner la guinda tenía unos zapatos
italianos lo suficientemente lustrosos como para parecer de alguien con dinero.
Pero que había estado dando un paseo hasta la cafetería de su trabajo para
poder desangrar la máquina de cafés y de paso aprovechar para aliviar la
bragueta en el baño al camino de vuelta.
Ahora su postura era con la espalda levemente inclinada de
forma que el tronco estaba levemente inclinado mientras las piernas estaban
pegadas, casi abrazadas a la pared. Sus ojos que ahora eran verdes estaban
observando unas manchas rojas sobre la acera que estaban secándose.
Esas manchas que miraba Rata eran sangre, de esta mañana
para ser exactos. Un suicidio, todo empezó igual que el resto de las mañanas de
los habitantes de la ciudad. A fin de cuentas os contare la historia de otro
más, uno de tantos. Puede que sea uno de los que vimos esta mañana partiendo al
trabajo bajo luces anaranjadas.
Según los telediarios y el carnet encontrado en su cartera,
se llamaba Gabriel García. El también era una de esas personas que pasaban
desapercibidas en una multitud. Pero a diferencia de las almas discretas, la
suya era bizarra, el típico ser que intenta ser el centro de atención sin
conseguirlo. Como consecuencia solía ensimismarse y volverse más introvertido
aún.
Quitando eso, por los demás era alguien muy normal, tímido,
pero normal. Gabriel era un treintañero con ex mujer e hijo de tres añitos. Tenía
la costumbre de desayunar solo en casa un café, luego esperar a que su hijo
terminara y llevarlo a la guardería.
Como era de esperar en alguien como él esa costumbre no
cambio, lo que sí que cambio fue el saludo a la profesora de su hijo sustituido
hoy por un gruñido cargado de cierto desaire, pero por lo demás era un día
normal.
En cuanto llego al distrito financiero puso un disco de
metal a toda pastilla y bajo las ventanillas para que los transeúntes pudieran
oírle. Escandaloso y reteniendo una sonrisa llego hasta la puerta de su torre
de trabajo, aparco el coche y se dispuso a subir las escaleras del vestíbulo de
la empresa que lo contrató.
La decoración de dicha sala era simple y minimalista con un
cierto aire a chillout malogrado que acababa poniendo a uno de los nervios. En
las cuatro esquinas se encontraban colocadas macetas con palmeras sobre el
suelo de cristal. Las paredes otrora blancas ahora eran grises.
La distribución de los muebles también parecía haber sufrido
la misma fosilización que las paredes. Originariamente la barra pegada paralelamente
a la pared izquierda era brillante y lustrosa, de la mejor madera encontrada.
Ahora estaba plagada de manchas de cafés de la recepcionista y cubierta de
polvo e incluso alguna que otra ceniza o marca de quemadura de cigarro fumado a
escondidas por la recepcionista.
Las cuatro esquinas de la estancia contaban con cámaras de
seguridad móviles. Que vigilaban y acechaban a todo aquel que osara entrar en
su terreno e incluso a todo aquel que pisara su acera.
La seguridad de la torre era tal que incluso contaba con un segurata. Miguel, también un treinteañero pero que estaba pasando a los cuarenta. Con uniforme verde oscuro y un cinturón donde también se encontraba la porra de seguridad que dejaba ver su eminente barriga. Tenía el pelo peinado a conciencia como si hubiera intentado quitarse algún bicho que hubiera anidado en sus cabellos. Igual que él había anidado al lado del ascensor con su taza de café en la mano. Cualquiera que lo viera podría estar seguro de que nada del mundo, ni un incendio que amenazara con devorarlo lo haría moverse ahí.
De todos modos Gabriel prosiguió su camino sin inmutarse. No le importo la maraña de pantalones con raya en medio y faldas que se movían en un mar de frenético nerviosismo por el incipiente retraso. Todos los días pasaba lo mismo, y era raro el trabajador que no se quedaba hasta tarde como castigo de la empresa por la tardanza a mejorar la competividad.
Es curioso como habían cambiado los conceptos, lo que según la agencia de personal iba a ser un trabajo entre absolutamente todos los trabajadores. Daba un giro radical, mientras que un oficinista cualquiera chupaba tinta, un directivo estaba tomando cañas en el bar o durmiendo plácidamente en su casa.
Después de un par de empujones logró entrar en el ascensor mientras Miguel le sonreía porra en mano con una actitud afable. De todos modos García no le devolvió el saludo, estaba demasiado ocupado pensando en sus cuentas bancarias, con la casa bajo riesgo de embargo y la luz cortada esa misma mañana.
Cuando por fin llego a su destino, la planta cuatro. Necesito de ser espabilado por Abby, su compañera de trabajo que se encontraba a dos cubículos de distancia del suyo. Ella también era una de esas faldas que se agitaban nerviosas ante la posibilidad de horas extras. De modo que se limito a sonreírle, esperar que sacara algo de conversación y ante la negativa darle una palmadita en el hombro y salir corriendo precipitadamente en dirección a su puesto de trabajo.
La seguridad de la torre era tal que incluso contaba con un segurata. Miguel, también un treinteañero pero que estaba pasando a los cuarenta. Con uniforme verde oscuro y un cinturón donde también se encontraba la porra de seguridad que dejaba ver su eminente barriga. Tenía el pelo peinado a conciencia como si hubiera intentado quitarse algún bicho que hubiera anidado en sus cabellos. Igual que él había anidado al lado del ascensor con su taza de café en la mano. Cualquiera que lo viera podría estar seguro de que nada del mundo, ni un incendio que amenazara con devorarlo lo haría moverse ahí.
De todos modos Gabriel prosiguió su camino sin inmutarse. No le importo la maraña de pantalones con raya en medio y faldas que se movían en un mar de frenético nerviosismo por el incipiente retraso. Todos los días pasaba lo mismo, y era raro el trabajador que no se quedaba hasta tarde como castigo de la empresa por la tardanza a mejorar la competividad.
Es curioso como habían cambiado los conceptos, lo que según la agencia de personal iba a ser un trabajo entre absolutamente todos los trabajadores. Daba un giro radical, mientras que un oficinista cualquiera chupaba tinta, un directivo estaba tomando cañas en el bar o durmiendo plácidamente en su casa.
Después de un par de empujones logró entrar en el ascensor mientras Miguel le sonreía porra en mano con una actitud afable. De todos modos García no le devolvió el saludo, estaba demasiado ocupado pensando en sus cuentas bancarias, con la casa bajo riesgo de embargo y la luz cortada esa misma mañana.
Cuando por fin llego a su destino, la planta cuatro. Necesito de ser espabilado por Abby, su compañera de trabajo que se encontraba a dos cubículos de distancia del suyo. Ella también era una de esas faldas que se agitaban nerviosas ante la posibilidad de horas extras. De modo que se limito a sonreírle, esperar que sacara algo de conversación y ante la negativa darle una palmadita en el hombro y salir corriendo precipitadamente en dirección a su puesto de trabajo.
Normalmente Gabriel habría corrido raudamente hacía su
puesto de trabajo .. pero claro eso pasaba los días normales. Hoy no lo iba a
ser. Hoy no se iba a dejar aplastar, hoy hablaría con su jefe y le pediría un
aumento.
De modo que decidido paso en línea recta por entre los
puestos de trabajo atrayendo todas las miradas de sus compañeros por el camino.
Hasta que decidido llego al pomo de la puerta de personal. Aferro el picaporte
durante unos segundos y sintió una sustancia acuosa que brotaba de sus manos;
sudor. Sudor, que hizo que se le escapara el picaporte en dos ocasiones hasta
que rojo como un tomate abrió la puerta de par después de haber decidido llamar
a la puerta.
Se encontró al jefe de personal sentado detrás de su mesa de
despacho con una de esas tablas que están hechas para ocultar algo más que las
piernas y dejan entrever los pies. El problema es que no solo se entreveían los
pies del manda más, si no también unos tacones rojos extraña y vagamente
conocidos por García junto a los pantalones y calzones del jefe bajados hasta
los tobillos.
Digamos que estaban al lado de una mujer alegre, de las que
enamoran a los hombres en un abrir y cerrar de piernas. Y la mujer se había
agachado para abrocharle la bragueta a Don Encargado de Personal ... aunque se
la estaba abrochando con la boca y sobre todo con la húmeda; la lengua.
Creo que no hace falta decir la cara que adquirió el jefe
jefazo, un insano blanco cadáver que junto a la boca que se abrió de par en par
sin articular palabra y el sudor frío que recorría su frente le daba cierto
aspecto de estar petrificado. Pese a todo la mujer bajo la mesa no se percato
de esto y siguió moviendo la cabeza de arriba abajo hasta que su amante le dio
un leve puntapié.
A lo que ella respondió:
-¿Ah? –como si intentara articular preguntas respondidas por su rostro
-¿Ah? –como si intentara articular preguntas respondidas por su rostro
Después de la línea de dialogo de la mujer que García
identifico como la hermana de su ex mujer. Él decidió intervenir con el mismo
rostro que su jefe diciendo:
-Per.. per … -fue lo único que logro articular.
Hasta que dio un golpe con la puerta y se quedo apoyado en
la pared de al lado intentado asimilar lo que acababa de ver. Su exconcuñada
era la amante de su jefe. Iba a ser una mañana muy larga, de modo que decidió
volver a su puesto de trabajo fingiendo que no había pasado nada.
Después de cinco minutos mirando el fondo de escritorio del
ordenador sin hacer absolutamente nada, se decidió a abrir un programa informático
sin pensar y ponerse a trabajar. Cinco segundos más tarde del segundo click en
el icono del escritorio apareció su jefe.
Me gusto mucho wdhbwihrdfie *-* es muy interesante!!Espero saber mas prontito!
ResponderEliminarNos afiliamos? Si eso mandame un correo a maria_loca96@hotmail.com
Te espero en mi blog!!
Debo de confesar que por primera vez siento que mi blog es importante ahora que la que llamare:
ResponderEliminar" La chica del cohete a la luna "
Y encantado de afiliarnos, te mando un mail ;)
Wow, me lo acabo de empezar a leer, y ya estoy pillado, me encanta!
ResponderEliminarme alegro de que te guste miguel ^.^
ResponderEliminarPor cierto creo qeu no tengo tu banner por aqui
¿me equivoco?
valio la pena la espera y cada vez se pone mejor! saludos y como siempre sigue asi!!
ResponderEliminarMe alegro de que te guste serpiente ^-^
ResponderEliminarPor cierto, siempre he tenido curiosidad
¿ese nombre tiene algo que ver con tu personalidad?
De hecho soy una mitad.
ResponderEliminar¿una mitad de un todo o una mitad de otra división?
ResponderEliminarpues si, soy la mitad de un todo ;)
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