jueves, 27 de diciembre de 2012

Sed roja: parte III

Poco a poco, como todas las mañanas de mi vida; volví a abrir los ojos y despegue los labios con una punzada de dolor. Labios que se encontraban pegados al suelo. Había dormido boca abajo en una mala postura y tenía el cuerpo agarrotado.
Tarde varios minutos en mover perezosa y costosamente mi musculatura acalambrada. Primero los brazos, después la espalda haciendo rotamientos y finalmente, las piernas para acabar por el cuello. El dolor no respeto ni un ápice de mi cuerpo.
Incluso cuando me incorporé sobre mis dos piernas. Con gran decepción, pude ver y sentir como mi pierna izquierda no respondía a mis órdenes, de modo que se doblo como una ramita. Así que yo caía de rodillas otra vez al suelo. Me costó parar la caída con las manos, y terminé en el suelo en una rara postura, medio de rodillas medio tumbado.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que la humedad cálida del día anterior se había convertido en una bruma sofocante que dificultaba mi respiración. Estuve unos minutos mirando ensimismado mis manos, parecían haber crecido o incluso estar creciendo en ese preciso instante. Todo era frenético.
Mi respiración aumentaba su velocidad mientras que mis pupilas se dilataban. Mis cabellos se erizaban al unisonó y mi piel se ponía de gallina. La lengua asomaba por la boca probando otra vez el sabor del sudor y las heridas ya casi curadas. Miles de palabras se agolpaban en mi cabeza. Palabras que nunca habían aparecido antes y viejas conocidas, entre las que se encontraban preguntas, conversaciones, respuestas y nombres. Un nombre en especial.
El de la serpiente. Un nombre que no reproduciré aquí por ser demasiado secreto y conocido al mismo tiempo como para poder escribirlo.
Fue el nombre mismo el que me trajo un fortísimo dolor de cabeza. Tan fuerte que me hacía gritar en un susurro al mismo tiempo que me retorcía en el suelo. La jaqueca era acompañada de singulares sensaciones. Podía sentir como las palabras brotaban por todos los poros de mi piel en un torbellino de luces naranjas y doradas que revoloteaban a mí alrededor.
Las letras y los pensamientos fluían a través de mi cuerpo como si fuera el canal perfecto para ellos hasta desembocar en espirales de los colores del sol. Espirales que hacían brillar las partículas de polvo que flotaban en esos momentos en la estancia. Partículas que eran impulsadas por mis respiraciones y los sonidos proferidos de mi garganta, gritos y susurros de dolor.
En esos momentos oía miles de voces en mi cabeza. Hablando, eran más bien trozos de conversaciones inconexas. Todas tomando lugar en mi mente sin que yo las autorizara. Creando el caos y la confusión. Tan pronto cambiaban de género como de contexto, mostrando una falta absoluta de interés en mi bienestar.
Los diálogos luchaban por mi atención, al principio lo intentaron subiendo su volumen. De forma que me encontraba en un mar de gritonas conversaciones inconexas, por si oír voces en tu cabeza mientras te retuerces de dolor rodeado de fantásticas y bellas espirales no fuera suficientemente malo.
Más tarde probaron a cambiar el tono que usaban. Algunas eran estridosamente agudas, como un pitido y otras estruendosamente graves, similares a un claxon. Incluso algunas en medio de la pelea constante decidieron mantener un tono monótono y pesado como quien lee el más aburrido de los libros.
El turno del tercer intento llegó cuando un grupo de conversadores, por llamarlos así, decidió cambiar el timbre de las voces. Algunas pasaron a ser metálicas, otras imitaron a mis amigos y conocidos, las de más acá cambiaron hasta el punto de hablar en ladridos mientras que las de más allá usaban zumbidos insectoides.
Fue en este tercer intento cuando caí desfallecido al suelo, incapaz de soportar el ritmo de millones de conversaciones al mismo tiempo en mi cabeza.
Justamente cuando rocé el suelo con los labios sucedió algo todavía más extraordinario. De repente las voces se acallaron con un murmullo hueco al mismo tiempo que durante unos segundos levité a dos centímetros del suelo mientras que las espirales se iban igual que vinieron.
Yo observaba este espectáculo con los ojos dilatados. La respiración poco a poco se fue normalizando. El pelo volvió a su lugar tradicional. Todo ello inmovilizado flotando encima del suelo. Sin poder mover un solo musculo. Elevación que duro hasta que la última de las espirales se desvaneció. Momento en el que apareció la serpiente siseando de entre las sombras y yo caí calmada y tranquilamente por tercera vez consecutiva al suelo. La serpiente se acercó reptando hasta mi y noté que mis músculos de habían destensado, todos menos los de la pierna izquierda.
La misma pierna que me fallo en mi primera caída. Estaba como muerta, igual que si estuviera hueca, falta de hueso, de columna que la soportase. Se parecía más a una rama que a una pierna. No sé como logré incorporarme lentamente y medio sentado.
Pero una vez hecho esto pude observar como mi pierna había adquirido un extraño color amarillento durante la noche. Un color que se iba oscureciendo hasta el naranja situado en forma de mancha abrigando una mordedura.
Mordedura en la que se dejaban ver sin ningún tipo de pudor las dos perforaciones hechas por los colmillos de la serpiente. Incluso supuraba algo blanco que se mezclaba con el sudor. En la zona de la herida la piel estaba ligeramente levantada por efecto de la ponzoña inyectada mientras dormía. Era tan repulsivo que no se cómo en medio de mis mareos y nauseas envenenadas logre reprimir el desmallo.
La serpiente simplemente siseo algo que mis oídos no llegaron a entender. La fiebre subía a cada silaba que salía de esa boca que había mordido mi pierna. Puede que quisiera decir que eso era el precio por el agua y haberme salvado de la deshidratación, un par de días de mal estar general. Aunque también puede que fuera una despedida.
Porque después de pronunciar las palabras que fueran las que fuesen que pronunciaron, volvió a la oscuridad y se fue de su propia madriguera usando como salida un agujero diminuto por el que no cabía ni mi mano. Adiós serpiente. Simplemente se fue y no volvió más.
Pese a todo no perdí la esperanza, decidí esperarla por si volvía. De todos modos no podía ponerme en pie por mí mismo y tumbado recibiendo el calor húmedo de la estancia volviendo a ayunar forzosamente durante dos largos, aburridos y febriles días esperé en vano a mi salvadora.
El calor era agobiante y pegajoso. El sudor se convirtió en mi segunda piel. Una piel que luchaba por pegarme eternamente los párpados a los ojos. Los cuales impulsados por la calenturienta fiebre, los mareos y el sueño no tardaron en ceder para hacer que pasara el primer día durmiendo.
En el segundo día la fiebre debió de decidir darme un respiro y bajar. Fueron unas agradables vacaciones febriles en las que pase de cerca de 40º a los 37º. Aún así seguía siendo dueño de un cuerpo que no me respondía, parecía más bien un muñeco de trapo impulsado por corrientes calientes de aire.
Me levanté tambaleante y con un malsano embotamiento en las tripas. Podía emitir más sonidos por el estomago que por la boca misma. Las heridas estaban casi curadas pero no tenía fuerzas ni para respirar por la boca. El más mínimo soplo de aire me habría tumbado y dudo que mi cuerpo me permitiera volver a ponerme en pie.


martes, 11 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte II

El destino, como no podía ser otro; era el árbol seco. Quien tenía la parte baja abultada como un vientre bien nutrido que se abría dejando el espacio justo para que yo y la serpiente pudiéramos pasar. 
Después de franquear el arco más o menos ojival que se había formado naturalmente tuve que esperar unos minutos a que mis ojos se acostumbraran al lugar. Minutos durante los cuales pude comprobar que el sitio era relativamente húmedo. Aunque muchísimo más agradable que el exterior. Se podría comparar incluso con una lujosa residencia con control de temperatura. El olor que reinaba era de madera, un olor dulzón agradable y acogedor. Puede que fuera ese olor lo que hizo que mis músculos se destensaran y me empujará a sentarme.
En cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, dejándome en penumbra pude determinar porque mi asiento pese a ser cómodo estaba tan bajo. Era un simple cumulo de cuerdas dispuestas en espiral como si formará una extraña alfombra. Me encontraba sentado de modo que mis piernas desnudas y estiradas rozaban el suelo arcilloso del refugio y mi espalda se apoyaba en la corteza interior del árbol.
El nivel del suelo debía de haber sido rebajado artificialmente, por que el agujero de cuatro metros aproximadamente debía de estar a cosa de metro y algo más del suelo. Así que mi cabeza quedaba casi a ras de la entrada teniendo que usar los brazos para subir.
Aunque poco importaba en mi actual postura de relajación. Donde aunque la oscuridad me lo impedía ver, podía sentir como la serpiente me observaba fijamente. Estuve un tiempo sentado recuperándome mientras que ella no paraba de mirarme fijamente, con esos ojos de serpiente negros que no pestañeaban.
Tuvo que pasar bastante tiempo y puede que incluso hubiera sesteado un poco, de golpe decidí cruzar mis piernas y sentarme en la postura de rodillas cruzadas. 
Como si hubiera estado esperando ese momento, la serpiente decidió hablar. Si, hablar. Puede que fuera la falta de sueño, alimento y agua lo que me hacía alucinar, que simplemente estuviera loco o que las serpientes solo hablan con los humanos cuando están a solas. ¿pero qué estoy diciendo? Claro que no, las serpientes no hablan nunca con humanos. Puede que de repente yo entendiera el idioma serpiente. A fin de cuentas antes había entendido que no debí comerme el gusano. ¿O era solamente lo que creí entender? Demasiada información para procesar. Personalmente creo que salí ganando callando hasta el último ápice de mi ser para escuchar el monologo de la serpiente.
Quien asomo lo justo su cabeza negra para que el resto del cuerpo quedará en penumbra y empezó a hablar, al poco tiempo quedo claro que su lenguaje daba saltos en el tiempo. De pronto era arcaico y educado para pasar a ser moderno y rápido.
No, no te levantes tranquilo, tomate tu tiempo para acomodarte no necesito tumbarme, el invitado hoy eres tú. Aunque ya estoy viejo, más viejo seré cuando acabe de hablar contigo ¿no?
Bueno como respuesta a tu pregunta. Te diré que no soy una serpiente realmente. Esta es solo una de las múltiples formas que puedo adoptar, aunque esta me pareció de las más educadas y cómodas para este encuentro en pleno desierto. A lo largo de la historia he tomado muchos aspectos y nombres, de mujer, hombre, planta, animal, objeto y en definitiva cualquier cosa que puedas imaginar. Tantos nombres que no recuerdo el mío propio, tantos aspectos que mi esencia se diluyo en cada forma que adopté
Yo pude ver como Poncio Pilato se lavo las manos cuando fue muerto el primer hippie de la humanidad. Y también vi como el hombre primitivo del que desciendes pintaba su caza deseada en las paredes de cuevas mientras que yo removía su paleta para que no se coagulara la pintura. El arte evoluciono y yo con él, gracias a unos de mis amigos italianos pude ver los excelentes dibujos de uno de sus mecenazgos; un tal Leonardo Da Vinci que ilustraba con todo detalle el cuerpo humano.
Aunque la medicina no siempre fue así, hubo un tiempo en el que los chamanes realizábamos los ritos con cánticos y tambores a la luz de la luna. La misma luna que fue adorada por los griegos como Selene. Luna que con sus rayos baña la tierra fértil.
La tierra que acoge en su seno las raíces de las plantas que son la base de la dieta. Plantas como el trigo que es molido para ser transformado en pan y harina. El mismo pan que es comido en las gradas de Roma durante las peleas de gladiadores, un alimento que fue creado como papilla cerca del Nilo y las palmeras en Egipto y es sustituido en Asia por el arroz.
Arroz que viene a la península ibérica de mano de los musulmanes. Una gente que más tarde entro en derramamiento de sangre con los cristianos. Cristianos que más tarde nos dividimos y decidimos matarnos entre nosotros mismos.
Cristianismo, por cierto la religión que domina el mundo occidental ahora mismo. En confrontación diría con el budismo oriental. Cuyos monjes para ejecutar sus sentencias y no romper la máxima de un budista no mata una mosca. Dejábamos moribundos a los “ejecutados”.
Igual de moribundos que deja el trabajo de la tierra ajena al campesino. Cercanía a la muerte que nos impulso a matar al Zar y sus ministros en Rusia. 
[…] He tomado el té con las más finas reinas en sus palacios. Y he bebido en los peores tugurios junto a las peores compañías, viciosos, jugadores, prostitutas, reprimidos, borrachos, taberneros, ricos venidos a menos y escritores malditos. Todos ellos han gozado de mis conversaciones o incluso de mis puños.
Pero razones muy distintas inspiraron a Armstrong cuando piso la luna, por no hablar del inventor del coche, la televisión, la bombilla, el ordenador e incluso el vidrio o la cocina francesa.
Espero no haberte aburrido mucho con esta breve clase de historia, de todos modos los bostezos te delatan huésped, debes de tener sueño pese a que yo me deje casi todo en el tintero. Tranquilo muy pronto podrás dormir
Me parece que quieres beber algo. No hace falta que bebas con tantas ansías. Se nota por tu cara que la simple idea del agua te anima el alma. Bueno no es mucha pero te puedo dar algo. Aquí tienes un tazón de arcilla con agua. Albergo cierta esperanza en que no te moleste su estado marronaceo, es lo mejor que he podido encontrar por la zona. […]




domingo, 9 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte I

Os paso uno de los citados sueños fragmentado en varias dosis ;·
Lo dicho, disfrutarlo si les place estimados lectores

*hace reverencias postrándose ante el ordenador*




Estaba corriendo completamente desnudo en un paramo desolado. Con un sol sangrante que coloreaba el cielo de un irreal rojo y caldeaba el aliento del viento hasta límites insospechados. Tanto calor hacia, que la vida era imposible en el desierto en el que me encontraba, ni un solo cactus crecía.
No sé por qué corría, podría ser que huyese o buscase algo, puede que incluso alguien. El caso es que una cosa era segura, llevaba días puede que semanas o incluso meses corriendo sin descanso. Mi piel se había quemado tanto por el camino que ahora estaba bronceada y era completamente insensible al astro rey. Mis labios tenían costras de piel seca alrededor, el sudor le daba un sabor salado a mi piel y el mismo sol agrietaba mi garganta.
Agrietada también estaba la tierra arcillosa que pisaba. Completamente deshidratada por la sequia, las grietas en la tierra describían figuras geométricas caprichosas sobre las que pisaban mis pies.
Unos pies que estaban cansados y mal heridos por el esfuerzo, pero que pese a todo seguían funcionando atenuando el ritmo.
Sin embargo esto no influía al panorama desolador y completamente vacío del desierto agrietado donde me encontraba, vacío en su totalidad por la excepción de un árbol muerto en lo que parecía la cercanía pero realmente era una lejanía insospechada. Ante mi se cernían miles de kilómetros de tierra estéril con un árbol muerto enfrente.
Sin que ninguna de estas condiciones adversas me importase me sentía solo, y completa y gozosamente libre. Sin preocuparme por esas naderías sin importancia. Alegre de poder correr hacia donde quisiera. De hecho lo hacía como un loco. Podía seguir adelante o dar la vuelta cuando quisiera.
El único problema real era mi soledad, quien acompañada únicamente por mi cansancio me incito a parar de correr para caminar. Fue en esta transición cuando trague mi saliva, la que al deslizarse por mi garganta y provocarme dolor me hizo darme cuenta de lo mal que estaba todo.
Estaba hambriento, sediento y cansado. Sin refugio alguno o protección de ningún modo, por no hablar de la imposibilidad de acallar la cantinela de mí estomago. Pero por encima de todo estaba el hecho de estar solo, agobiante y aterradoramente solo.
De repente esa libertad se torno en opresión e indecisión ¿A dónde debería dirigirme? ¿Debería correr o caminar? ¿Qué haría cuando llegase? ¿Y si no llegase? ¿Pasaría algo si me quedase quieto esperando la muerte? ¿Podría conciliar el sueño en ese territorio hostil? ¿Y qué probabilidades de morir tenía si volviese a emprender otra caminata o carrera?
Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras meditaba sobre mis dudas de pie sin que el sol decidiera aflojar una gota de clemencia sobre mí. Fije mi mirada en el suelo, desviándola del astro rey que decidió descargar su ira sobre mi cuerpo. Con cuidado de no apretar los labios para no sentir dolor ni hacer movimientos bruscos que envolvieran a la garganta.
Fue en ese momento cuando vi mi primera comida en mucho tiempo. Entre la tierra había semienterrado un diminuto gusano, más pequeño que mi dedo pulgar. Obviamente en el instante que lo vi no me pare a hacer contemplación alguna. Simple y llanamente me agache en la medida que mis pies me lo permitían, cogí al gusano por la cabeza mientras me miraba atentamente. Y lo introduje en mi boca. Trague sin masticar.
Mala idea. El insecto seguía vivo y decidió reptar por mi boca y esófago. Provocándome cosquillas, seguramente si mi estomago hubiese recibido alimento anterior habría vomitado. Pero por la falta del mismo me limite a toser hasta que el gusano surco el aire del maldito secarral donde me encontraba entre pequeñas gotas de saliva aterrizando en un charquito rápidamente evaporado de babas. Huelga decir, que para cuando llegue el gusano estaba muerto.
De tal manera que recogí el cadáver y por vez segunda lo introduje entre mis dientes. Esta vez masticando y tragando logre llevar alimento a mi ser.
No tarde mucho en sentir que algo me decía que no debí haberlo hecho. Ese algo no era una de esas sensación extrasensorial de las historias baratas de terror, ni el escalofrió que te recorre la espalda, ni el sudor; ni si quiera el mal sabor de boca que me dejo el bicho. Ese algo era más bien alguien. Una voz aterciopelada, perfecta y suavemente modulada que decía que no debí haber ingerido mi último bocado.
Provenía de mi espalda, y con el corazón en un puño, con el dolor de todo mi cuerpo y mis labios ardiendo poco a poco, muy poco a poco como si temiese lo que fuera a ver me gire. Lentamente, con la misma carencia de velocidad que inicie el giro oí un seseo, todo ello para encontrar una enorme serpiente de piel negra, oscura y vetusta erguida detrás de mí.
Aunque el hecho de tener una serpiente desconocida de proporciones difusas y poco descriptibles no era lo que me hizo quedarme paralizado del propio terror. Más bien eran sus ojos, como si fueran dos joyas redondeadas perfectamente negras daban la impresión de haber existido durante evos o milenios. Aún hoy esos ojos negros, profundos y brillantes pueblan mis pensamientos.
En el mismo momento que me vio el reptil, tranquilamente se dio la vuelta sobre su piel negra girando hasta encarar el árbol seco. Comenzando su recorrido, invitándome a seguirla para volver a ver sus ojos.
De modo que fatigado aunque con un interés retomado en la vida en si misma comencé el camino que trazaba mi reptiliana amiga delante de mí.
A medio camino dimos un giro de ciento ochenta grados, en el cual pude ver como unas escamas de piel muerta se quedaban pegadas a la tierra arcillosa que pisábamos. Manteniéndose en todo momento delante y sin dar importancia a si yo la seguía o no, introdujo su boca en un agujero del suelo.
Una madriguera de donde saco un mamífero blanco que engullo sin más detenimientos para proseguir su marcha sin detenerse. Cosa que a mí no me importo y metí la mano en el hogar de las criaturas.
Tarde unos agobiantes y calurosos segundos en dar con uno de ellos, imagino que el único que no estaba aterrado por mis repetidos arañazos en las paredes con las uñas desaliñadas acompañadas de las yemas. Obtuve una diminuta cría de menor tamaño que mi puño, aproximadamente la mitad. Creo que no es necesario decir cuál fue el final del joven conejo, devorada su carne y bebida su sangre mientras aún se movía.
Y después de este ligero tentempié que atenta contra todas leyes civilizadas creadas por el hombre. Repase mis labios heridos; pegajosos y húmedos por la sangre para disponerme a seguir a quien me llevó hasta la comida más decente que había tenido en meses. Ahora que lo pienso me extraña, que no me sorprendiera encontrar vida en aquel páramo muerto.
Curiosamente aunque me pareció que había aumentado su velocidad, pude acortar fácilmente los veinte metros que nos separarían hasta convertirlos en cinco. Siempre mientras ambos continuábamos nuestras marchas constantes, pese a todo yo me mantuve hasta que llegamos a nuestro destino a cinco metros de distancia de mi guía.



Declaración de intenciones oníricas

Uff parece que tengo esto más abandonado que nunca
Desde Agosto sin dar señales de vida, paradójicamente ahora también escribo más que nunca.
¿será por los exámenes?
¿o puede que sea por que ahora escribo en un cuaderno para no acercarme insanamente al ordenador?
¿qué me decís de la posibilidad de que el culpable de tamaño crimen sea simplemente que ni yo me meto por este blog?
Aunque también puede que nada de este este ocurriendo y todo sea un sueño.
Sueños.
De eso mismo os quería hablar, esas imágenes que vierte nuestro inconsciente en nuestra mente cuando dormimos. Se infiltran entre nuestros nervios con el objetivo de desdibujar lo que llamamos realidad para dibujar ellos mismos otro mundo alternativo. Un paisaje nuevo con toda su fauna y flora propias. Un castillo del más puro cristal que refleje los rayos del sol o un universo que refleje nuestra vida cotidiana como un espejo.
Este monologo improvisado se debe en parte a que lo único que encuentro por el ordenador son sueños que he ido escribiendo, y en parte a que los escribí pensando en su futura publicación por estos lares del ciberespacio.
Así que de momento seguiré publicando sueños, pero esta vez creo, espero que mucho mejor escritos que el anterior.
Disfrutarlos si queréis, compartirlos con vuestros amigos (o enemigos si no os ha gustado) pero sobre todo no os olvidéis de que un blog realmente vive a través de los comentarios y suscripciones.

lunes, 20 de agosto de 2012

Marea roja - Un sueño del caminante

Disculpad mi falta de actividad últimamente, es que pese a estar de vacaciones sigo sin tener un minuto. De modo que al noche y el sueño es de lo poco que me queda. Curioso ¿no?
Especialmente curioso después del sueño que tuve anoche y os he transcrito por aqui, disfrutarlo, leerlo (si podéis  y como siempre me interesa vuestra opinión


Estoy flotando en una piscina inmensa llena de un líquido rojo. Parecido a lo que podría ser agua con arcilla, similar a la sangre pero sin sus olores ni su tacto.
Me encuentro haciendo el muerto, tumbado bocarriba mirando al cielo. Un cielo rojo y anaranjado sacado de la más vivida ensoñación. Mis manos están estiradas al igual que mis pies, de tal forma que da la impresión que estoy crucificado.
La única diferencia con la crucifixión es que yo tengo libertad de movimiento para poder impulsarme con mis brazos como de hecho hago. Me impulso suavemente, sin apenas esfuerzo dejando que el líquido rojizo fluya entre mis manos y acaricie mi cuerpo desnudo.
Cuerpo que no es el que suelo ver, de un color rojo profundamente oscuro es salpicado por el fluido que lo rodea y se vuelve más oscuro en cada impulso; en cada salpicón y humedecimiento de la piel.
No sé cuánto tiempo transcurre hasta que simplemente me canso de impulsarme, siempre mirando hacia arriba. De forma que vuelvo a hacer el muerto, disfrutando de la sensación de relax que produce en mi.
Al rato de disfrute y distensión muscular y mental. Algo aferra mi mano derecha. Dándole un fuerte tirón hacia abajo.
Tampoco sé cómo, pero llego a la conclusión de que esa mano negra no es otra cosa que la locura. Locura que me sumerge en el agua, al principio sin introducir mi cabeza.
Hasta que encuentro placentera también esta postura pese a lo violenta y tensa que hay en ella. Y de repente, el estirón de la mano aumenta de intensidad. De forma que sumergida queda de igual forma que el resto de mi cuerpo mi cabeza.
Pese a todo sigo encontrando relajante y gozosa esta situación, permitiendo que esa mano negra me empuje hacia abajo sin que yo muestre ninguna resistencia. Aunque por mucho que tire no llega a hundirme completamente, es como si me quisiese flotando a un centímetro de la superficie, igual que un juguete de plástico que se encuentra a la deriva pasivamente o como una bolsa del mismo material.
De repente mi mente vuelve a reaccionar, y me percató de la autentica situación. Del peligro que corro, así que rápidamente intento salir de mi sesión de buceo involuntaria con mi brazo izquierdo por ser el único que puedo mover. El cual se había vuelto de un blanco brillante en contraste con el derecho que ahora era una luz negra.
Sigo sin ser capaz de asimilar como logré emerger a la superficie. La cosa es que cuando lo hice jadeante y echando el agua rojiza por la boca mi primer impulso es nadar hacia la orilla. Impulso que más tarde es corroborado por el despertar de mis sentidos. Quienes me gritan que ese olor, sabor y tacto es el de la sangre.
Otra falta de pensamiento lógico se encuentra a como llegue a subir al bordillo de la piscina y lo que vi una vez me encarame y me senté en él. Mi cuerpo empapado de sangre e incluso pegajoso no tenía fuerzas para salir corriendo, ni si quiera para girar la cabeza y apartar la vista de lo que ella captaba. Incluso me costó darme cuenta de que mis brazos volvían a tener el mismo color que el resto del cuerpo.
Ante mi se encontraban dos copias exactas de mi mismo, desprovistas de pelo alguno. Una completamente negra salvo sus ojos y sus afilados dientes (mejor dicho fauces) del más brillante de los blancos. Mientras que la otra era su antítesis, completamente blanca y con ojos y fauces de un negro casi luminoso.
Ambas se encontraban peleando y nadando en la piscina. Hasta que se abrazaron mutuamente en el centro exacto de ella. Y se mantienen en el aire durante unos cinco segundos. Durante los cuales la figura negra aprovecha para morder el hombro derecho de su enemiga.
Cuando vuelven a surgir en medio de chapoteos violentos y furiosos en agua de la  piscina de sangre. Pude ver como ambas figuras se estaban devorando mutuamente. Dejando ver su musculatura palpitante por medio de zonas sin piel, que había sido arrancada de su correspondiente lugar.
Apenas unos breves instantes duro esta imagen, por que volvieron a sumergirse mientras hundían sus bocas en el cuerpo de sus enemigos desgarrando carne. Pasaron unos minutos, no sé si muchos o pocos, hasta que me percate de que ambos estaban muertos y no respirarían más.
Un parpadeo después y lo único que se, es que yo había vuelto a hacer el muerto en la piscina. Esta vez, mientras trozos de carne, torax y huesos salían a la superficie a mi paso.
Mientras mi única certeza es que yo estaba vivo y respirando, además de disfrutando

martes, 17 de julio de 2012

Madness: Cap 4)


Con la ropa alborotada y mientras se intentaba colocar la corbata apareció su jefe en su cubículo, tirándo en un descuido la foto del hijo de Gabriel. Le dijo:
-García, tenemos… tenemos que hablar de lo sucedido. Puede tomarse el día libre hoy; venga conmigo a la cafetería.
Normalmente Gabriel habría aceptado un día libre sin dudarlo. Pero en su estado esperó unos segundos para responder; segundos que no fueron contados por ser interminables para su superior y brevísimos para él.
-Do … Don Paaaco –hizo un gallo en las “a”´s prolongadas- nada .. nada me gustaría más pero –se repaso los labios con la lengua- hoy tengo mucho trabajo y no se s…
- Le he dicho que se venga conmigo –reiteró su jefe levantando un poco la voz y volviendo a ser quien era por un momento-.
-Lo ..lo que usted quiera señor mío.
De modo que Don Paco y Gabriel abandonaron la cuarta planta y se dirigieron solos a la cafetería en el ascensor. Lugar donde obviamente García bajo la cabeza y el cerdo trajeado sudoroso que tenía cerca se limito a guardar silencio y rebuscar en su bolsillo del pantalón.
Cuando llegaron a la segunda planta (cafetería y comedor) el jefe jefazo saco del bolsillo las llaves de la cafetería y la abrió para ellos dos. Dio un pequeño empujón a la puerta y esta se abrió estremecida dejando entre ver una pequeña cafetería a oscuras.
El hombre con mayor cargo no tardo ni cinco segundos en encender las luces de la estancia para iluminar diez mesas rectangulares metálicas con sus respectivas doce sillas por cabeza 1. Agrupadas en dos líneas de cinco mesas sobre las baldosas.
La cafetería era uno de los lugares más apreciados por los trabajadores. Solía ser acogedora, con olor a cafeína y cierto barullo agradable… solía.
A esa hora de la mañana, era sombría, fría y gris. Como un día ventoso que respirase ira y soledad entre las paredes desnudas. Lo que obviamente no ayudo a que Gabriel se calmase y a qué su jefe se le pasara el enfado.
Cuando el segundo prácticamente arrancó dos sillas de la mesa más alejada a la puerta y volvió sobre sus pasos dos veces, la primera para cerrar la puerta y la segunda para sentarse. A continuación le ordeno a su subordinado que sirviera dos cafés bien cargados. En cuento lo hizo, García no tardó en decir:
-Se.. se … se .. se, se, se .. señor .. –una breve pausa para coger aire- tengo un trato que ofrecerle.
- Sorpréndeme gusano chupatintas- bufó su jefe sin ocultar su amor hacia él-.
-Me imagino … que usted –breve pausa para aflojarse la corbata sudorosa- sabe mi situación económica.
-Sabrá –le corrigió su jefe, para luego seguir-. Pues no, ni me se tus miserias ni me importan realmente, pero me imagino que me las vas a contar –añadió con la misma mueca de quien chupa un limón-.
-Pues .. –se armo de valor en este punto, tanto que se levanto de la mesa 2- ¿sabes 3? No sé si te importa. ¡ Pero a quien si le importa que hagas con otras mujeres es a tú esposa ¡–dijo García levantando la voz-
-Chiist ¿Quieres que nos despidan a los dos? –Dijo mientras acercaba su cara de jefe jefazo a la del oficinista- Siéntate tranquilamente y hablaremos.
Después de un par de miradas tensas demasiado tensas para describirlas en este relato. Paco consiguió que el señor García se sentra frente a él en la cafetería.
Ambos removieron el café con la cucharilla y lo bebieron. Don Paco con monotonía y lentitud. Y García el oficinista lo hizo lentamente y con una sonrisa en la boca como si disfrutará de esa sensación de poder.
Cuando dejó la taza en la mesa de un golpe, dijo:
-Bueno te lo resumiré – se limpio la boca con la manga de su camisa- necesito dinero para seguir viviendo y criar a mi hijo.
Paco tardó unos segundos en procesar la información. Era la primera vez que alguien se atrevía a pedirle un aumento en todo su tiempo en la empresa. Y menos aún se lo habían pedido en esas circunstancias en las que le era imposible negarlo. De modo que intentó dar un rodeo a continuación de cerca de minuto y medio en tenso silencio :
-Bueno …. Gabriel, usted sabe … como está la empresa actualmente –breve pausa para ahora ser él el que se aflojará la corbata-  Si .. Dispusiéramos de un par de meses .. tres como mucho .. podríamos disponer de efectivo suficiente para …
En ese momento de duda lo interrumpió su empleado, diciendo:
-Me repito –otro breve parón para formar una sonrisa siniestra- creo que su mujer tardaría menos de tres meses en pedir el divorcio.
Después de ver como por primera vez en su vida Gabriel perdía los estribos, no se achantaba ni se dejaba intimidar. El jefe jefazo se arranco la corbata de su cuello y la dejo en la mesa diciendo simplemente:
-Jooder … -paro un momento para inconscientemente echarse la mano al bolsillo - ¿cuánto necesitas?
- Un aumento, no quiero que me des un dinero y se acabe. –Esbozó una sonrisa maquiavélica de autoconfianza- Creo que amos a ser amigos durante mucho tiempo.
La única respuesta de su jefe fue dejar una tarjeta de visita blanca con letras negras y perfectamente recortada en la mesa. Con tanta fuerza que más bien pareció que en lugar de un recorte de cartulina impreso dejaba una pila de libros.
Después de dejar el rectángulo de cartulina blanca estampado en la mesa. Simplemente se fue dejando a solas a García y su número de teléfono.


1 Bueno, en lugar de cabeza, por cada cuatro patas
2 Me imagino que por fin habría explotado
3 Hizo un hincapié residual de su levantamiento en ese “sabes”

lunes, 9 de julio de 2012

Madness: Cap 3)


A estas horas (serán sobre las ocho de la tarde) no es que se encuentre mucha gente presente en contraste con el mar de piernas, pantalones, faldas y ruedas que esto es por las mañanas. Los edificios que arrojaban luz desde sus oficinas alojadas en rascacielos altos como gigantes, aún seguían iluminando las calles con unos pocos cubículos iluminados.
Al igual que cuando empezamos el relato estos transmitían tonos anaranjados, que al juntarse con la oscuridad de la noche y la polución ajetreada tornaban la luz densa y pesada. Solo interrumpida ocasionalmente por la sombra de uno o dos oficinistas trabajando que era proyectada como si fuera la señal de aviso a un superhéroe que nunca llega.
En el fondo había dado este paseo para encontrarme con una persona en especial. A quien, como no, cambiare el nombre y usaremos uno de sus nombres clave: Rata.
Rata era y creo que sigue siendo un informador, lo más curioso de él era como sabía camuflarse y lo bien que cuidaba su atrezzo. Lo conocí en un festival de música hippie hace un par de años donde él fingía tener un puesto de venta de camisetas (luego descubrí que el puesto en realidad era de un amigo suyo). Desde ese evento había llovido mucho, las guitarras y la psicodelia se habían apagado pero él seguía fingiendo a rajatabla con su vestuario. No importaba punk, gotico, heavy, policía, profesor, médico o cualquier otro miembro de la fauna urbana era representable o asiduo en sus papeles.
Ahora distaba mucho del joven greñudo con una camiseta estilo Tye-Dye con aureolas hippie. Se encontraba apoyado en una pared junto a la puerta principal de un rascacielos de forma que queda dentro de la propia entrada en forma de u.
Pegado al lateral se estaba, tenía en su mano derecha un cigarrillo encendido que en cada calada iluminaba su rostro volviéndolo rojo durante milésimas de segundo. Poseía un rostro de facciones bastantes normales, ojos oscuros aunque ahora clareados por lentillas, pelo negro que había sido repeinado para atrás y engominado, piel blanca y ningún rasgo notable, ni heridas ni partes desproporcionadas. Todo ello coronado en esta ocasión por unas gafas de cristales cuadrados que se enganchaban a cada oreja una de sus patillas.
Si bajamos por el cuello podemos ver una corbata rojo carmesí elegantemente anudada que hacia contraste con su camisa blanca y su chaqueta americana negra. En la mano izquierda tenía un maletín de cuero relleno de folios que el mismo rata se había encargado de fotocopiar y escribir en ellos para mejorar su disfraz.
Viendo incluso lo logradísima que era la raya de en medio de sus pantalones también negros podía incluso imaginar, que era capaz hasta de usar la misma colonia barata de oficinista de cada una de las torres del distrito financiero. Y lo que es peor, lograr que su cuerpo sudase igual que el del resto de los mortales hacinados en cubículos para infiltrarse incluso con el olor.
Para terminar de poner la guinda tenía unos zapatos italianos lo suficientemente lustrosos como para parecer de alguien con dinero. Pero que había estado dando un paseo hasta la cafetería de su trabajo para poder desangrar la máquina de cafés y de paso aprovechar para aliviar la bragueta en el baño al camino de vuelta.
Ahora su postura era con la espalda levemente inclinada de forma que el tronco estaba levemente inclinado mientras las piernas estaban pegadas, casi abrazadas a la pared. Sus ojos que ahora eran verdes estaban observando unas manchas rojas sobre la acera que estaban secándose.
Esas manchas que miraba Rata eran sangre, de esta mañana para ser exactos. Un suicidio, todo empezó igual que el resto de las mañanas de los habitantes de la ciudad. A fin de cuentas os contare la historia de otro más, uno de tantos. Puede que sea uno de los que vimos esta mañana partiendo al trabajo bajo luces anaranjadas.
Según los telediarios y el carnet encontrado en su cartera, se llamaba Gabriel García. El también era una de esas personas que pasaban desapercibidas en una multitud. Pero a diferencia de las almas discretas, la suya era bizarra, el típico ser que intenta ser el centro de atención sin conseguirlo. Como consecuencia solía ensimismarse y volverse más introvertido aún.
Quitando eso, por los demás era alguien muy normal, tímido, pero normal. Gabriel era un treintañero con ex mujer e hijo de tres añitos. Tenía la costumbre de desayunar solo en casa un café, luego esperar a que su hijo terminara y llevarlo a la guardería.
Como era de esperar en alguien como él esa costumbre no cambio, lo que sí que cambio fue el saludo a la profesora de su hijo sustituido hoy por un gruñido cargado de cierto desaire, pero por lo demás era un día normal.
En cuanto llego al distrito financiero puso un disco de metal a toda pastilla y bajo las ventanillas para que los transeúntes pudieran oírle. Escandaloso y reteniendo una sonrisa llego hasta la puerta de su torre de trabajo, aparco el coche y se dispuso a subir las escaleras del vestíbulo de la empresa que lo contrató.
La decoración de dicha sala era simple y minimalista con un cierto aire a chillout malogrado que acababa poniendo a uno de los nervios. En las cuatro esquinas se encontraban colocadas macetas con palmeras sobre el suelo de cristal. Las paredes otrora blancas ahora eran grises.
La distribución de los muebles también parecía haber sufrido la misma fosilización que las paredes. Originariamente la barra pegada paralelamente a la pared izquierda era brillante y lustrosa, de la mejor madera encontrada. Ahora estaba plagada de manchas de cafés de la recepcionista y cubierta de polvo e incluso alguna que otra ceniza o marca de quemadura de cigarro fumado a escondidas por la recepcionista.
Las cuatro esquinas de la estancia contaban con cámaras de seguridad móviles. Que vigilaban y acechaban a todo aquel que osara entrar en su terreno e incluso a todo aquel que pisara su acera.

La seguridad de la torre era tal que incluso contaba con un segurata. Miguel, también un treinteañero pero que estaba pasando a los cuarenta. Con uniforme verde oscuro y un cinturón donde también se encontraba la porra de seguridad que dejaba ver su eminente barriga. Tenía el pelo peinado a conciencia como si hubiera intentado quitarse algún bicho que hubiera anidado en sus cabellos. Igual que él había anidado al lado del ascensor con su taza de café en la mano. Cualquiera que lo viera podría estar seguro de que nada del mundo, ni un incendio que amenazara con devorarlo lo haría moverse ahí.

De todos modos Gabriel prosiguió su camino sin inmutarse. No le importo la maraña de pantalones con raya en medio y faldas que se movían en un mar de frenético nerviosismo por el incipiente retraso. Todos los días pasaba lo mismo, y era raro el trabajador que no se quedaba hasta tarde como castigo de la empresa por la tardanza a mejorar la competividad.
Es curioso como habían cambiado los conceptos, lo que según la agencia de personal iba a ser un trabajo entre absolutamente todos los trabajadores. Daba un giro radical, mientras que un oficinista cualquiera chupaba tinta, un directivo estaba tomando cañas en el bar o durmiendo plácidamente en su casa.

Después de un par de empujones logró entrar en el ascensor mientras Miguel le sonreía porra en mano con una actitud afable. De todos modos García no le devolvió el saludo, estaba demasiado ocupado pensando en sus cuentas bancarias, con la casa bajo riesgo de embargo y la luz cortada esa misma mañana.

Cuando por fin llego a su destino, la planta cuatro. Necesito de ser espabilado por Abby, su compañera de trabajo que se encontraba a dos cubículos de distancia del suyo. Ella también era una de esas faldas que se agitaban nerviosas ante la posibilidad de horas extras. De modo que se limito a sonreírle, esperar que sacara algo de conversación y ante la negativa darle una palmadita en el hombro y salir corriendo precipitadamente en dirección a su puesto de trabajo.
Normalmente Gabriel habría corrido raudamente hacía su puesto de trabajo .. pero claro eso pasaba los días normales. Hoy no lo iba a ser. Hoy no se iba a dejar aplastar, hoy hablaría con su jefe y le pediría un aumento.
De modo que decidido paso en línea recta por entre los puestos de trabajo atrayendo todas las miradas de sus compañeros por el camino. Hasta que decidido llego al pomo de la puerta de personal. Aferro el picaporte durante unos segundos y sintió una sustancia acuosa que brotaba de sus manos; sudor. Sudor, que hizo que se le escapara el picaporte en dos ocasiones hasta que rojo como un tomate abrió la puerta de par después de haber decidido llamar a la puerta.
Se encontró al jefe de personal sentado detrás de su mesa de despacho con una de esas tablas que están hechas para ocultar algo más que las piernas y dejan entrever los pies. El problema es que no solo se entreveían los pies del manda más, si no también unos tacones rojos extraña y vagamente conocidos por García junto a los pantalones y calzones del jefe bajados hasta los tobillos.
Digamos que estaban al lado de una mujer alegre, de las que enamoran a los hombres en un abrir y cerrar de piernas. Y la mujer se había agachado para abrocharle la bragueta a Don Encargado de Personal ... aunque se la estaba abrochando con la boca y sobre todo con la húmeda; la lengua.
Creo que no hace falta decir la cara que adquirió el jefe jefazo, un insano blanco cadáver que junto a la boca que se abrió de par en par sin articular palabra y el sudor frío que recorría su frente le daba cierto aspecto de estar petrificado. Pese a todo la mujer bajo la mesa no se percato de esto y siguió moviendo la cabeza de arriba abajo hasta que su amante le dio un leve puntapié.
A lo que ella respondió:
-¿Ah? –como si intentara articular preguntas respondidas por su rostro
Después de la línea de dialogo de la mujer que García identifico como la hermana de su ex mujer. Él decidió intervenir con el mismo rostro que su jefe diciendo:
-Per.. per … -fue lo único que logro articular.
Hasta que dio un golpe con la puerta y se quedo apoyado en la pared de al lado intentado asimilar lo que acababa de ver. Su exconcuñada era la amante de su jefe. Iba a ser una mañana muy larga, de modo que decidió volver a su puesto de trabajo fingiendo que no había pasado nada.
Después de cinco minutos mirando el fondo de escritorio del ordenador sin hacer absolutamente nada, se decidió a abrir un programa informático sin pensar y ponerse a trabajar. Cinco segundos más tarde del segundo click en el icono del escritorio apareció su jefe.


Madness: Cap 2)


 Al día siguiente por la mañana en otro barrio de la ciudad. A lo lejos, podía verse como el sol empezaba a asomar sus cabellos dorados entre los edificios.
De modo que aportaba un color anaranjado con tonos rosados, como si de un tímido muchacho enamorado se tratase.
Era bello observar como los habitantes de la ciudad aun dormían. Acurrucados bajo las sabanas de sus camas, los únicos que podían encontrarse en la calle eran los madrugadores y los trabajadores. Estos últimos, no tenían tiempo necesario para admirar la salida del sol. Prueba de ello eran sus apresurados andares y sus bocas, más de una con una tostada a medio mordisquear dentro. También podíamos ver a un grupo de oficinistas en el que un rezagado llevaba los cordones desatados.
De todos modos dentro del grupo de trabajadores también podríamos incluir a los estudiantes. Esos seres jóvenes que van cargados y cargadas con mochilas a la espalda. La mayoría se dirigían a sus institutos, colegios y universidades andando en grupos. Hablando por el camino e intentando enfrentarse a una mañana de estudio y esfuerzo.
La iluminación corría a cargo del ayuntamiento, que había decido no apagar las farolas. Y las luces anaranjadas proyectadas por estas unidas con el sol, hacían de las calles un rio cálido y dorado de luz y colorido.
Toda esta escena, cotidiana y que podemos ver en nuestras ciudades todas las mañanas, parecía de cuento. Sacada de una película y combinada con la iluminación daba la impresión de que los técnicos de efectos especiales habían sido contratados y elegidos por una escritora de novelas de amor.
Por el medio de la carretera nos encontramos con una moto, pasando por encima de las líneas discontinuas blancas coloreadas con tonos anaranjados por la luz del ambiente. La pintura roja de la moto se fundía con el naranja para crear algo parecido a una especie de brillante esmalte.
Una mujer ataviada con un traje de motorista negro cabalgaba sobre ella. Se notaba que se dejaba llevar por el ambiente de la ciudad, despreocupada y recién levantada. Porque a través del casco se adivinaba el reflejo de una sonrisa a la que no importo salpicar a un grupo de estudiantes con agua de un charco mientras gritaba que le perdonasen.
Aunque, claro está no todos los muchachos la perdonaron. De los tres uno siguió sumido en sus pensamientos.
Y es que era una figura cabizbaja, vestida de negro. Ataviada con una cazadora mitad cuero, mitad plástico; muñequeras también de cuero abarrotadas de tachuelas y pinchos. Ese día el muchacho que en realidad era la figura, había elegido una camiseta negra y lisa para llevar.  Como pantalones, unos simples vaqueros y zapatos del mismo color del cuero negro y sus pensamientos.
En contraste con la motorista, el chico ataviado de negro le gruño y paró unos momentos para acordarse de la familia de la muchacha y luego seguir farfullando con sus amigos.
Toda la reacción del muchacho en realidad se debía al miedo, miedo a la simple motocicleta, algo que le inculcaron sus padres con bofetadas cuando era pequeño. Probablemente sus padres también le inculcaron la falacia de que los golpes y los insultos son necesarios en la crianza de un niño.
Y es que para estas personas el miedo es necesario. Miedo a todo. Miedo a las pistolas y el resto de armas, miedo al fuego, miedo a ahogarse en el agua, miedo a cruzar la calle, miedo a los animales. Miedo a los humanos, miedo a lo que desconocen, miedo a que lo que conocen se vuelva desconocido, miedo a la vida, miedo al miedo…
Probablemente os preguntéis ¿Por qué tenemos tanto miedo?
Pues bien, es que a ellos les interesa que tengamos miedo. Interesa que tememos a los ladrones para comprar alarmas antirrobo, para comprar armas. Interesa que tengamos miedo al agua para que compremos estúpido flotadores innecesarios para adultos.
Miedo al profesor para que estudiemos. Miedo a nuestros padres para que obedezcamos. Miedo a nuestro jefe para que no rechistemos si nos aumenta la jornada o si decide no pagarnos.
Miedo a dejar de cobrar y no poder pagar nuestras deudas. Miedo a no poder pagar la hipoteca. Miedo al desahucio. Miedo a vivir en la calle. Miedo al frio, a la furia de los elementos. Miedo a los mendigos. Miedo al diferente. Miedo al dolor. Y por último, miedo a la muerte
El miedo no solo es usado para que compremos y consumamos. También se usa para que estemos callados, no respondamos a lo que sabemos que esta. En definitiva para que nos aten las manos con un candado y tiren la llave al mar.
El miedo, el terror y el pánico son todos ellos expresiones de odio y de egoísmo. El miedo es egoísta, significa intentar salvarse a si mismo cueste lo que cueste. Aun así cierto miedo en la vida es necesario, de hecho existe para seguir existiendo.
El problema es que “los otros” han manipulado este sentimiento de supervivencia. Porque seamos sinceros:
No estamos en la era de las cavernas:
¿de verdad es necesario temer a los animales? Si tenemos pararrayos es innecesario asustarse de las tormentas. Y si somos justos y buena gente es una idiotez temer al resto de la humanidad.
Aunque claro esta línea de acción es obviada, y se obvia por unos intereses que han generado “los otros”.
Es normal que te preguntes que o quienes son “los otros” aunque es un concepto abstracto, si pones de tu parte creo que podré explicarte relativamente bien su significado.
Me imagino que habrás oído hablar de las teorías de la conspiración, alienígenas, sectores poderosos de la sociedad, gobiernos, masones y un grande etcétera se unen para bailar al son de mentes calenturientas. Obviamente se sabe que el 99% de las conspiraciones son simples alucinaciones, tomaduras de pelo, estafas, desvaríos os similares.
Lo qué nos deja con un mísero y paupérrimo 1% que no puede ser desmentido o no se quiere que se desmienta. Me imagino que sabrás que lo que yo defiendo a mí entender esta firmemente incluido dentro de la segunda categoría.
Como ya te he comentado antes “los otros” es un concepto genérico y abstracto. Vivimos en una sociedad donde anuncios sedientos de sangre nos bombardean diariamente. Diciéndonos que tenemos hambre, que nuestra ropa es horrible, que estamos gordos, nos hablan también de lo peligroso que es el mundo y lo necesario que es una alarma antirrobos; nos dicen a quien tenemos que votar, donde vivir y cuando hacerlo.
En realidad visto de este modo no parece tan raro que nos manipulen pero el problema no solo se queda en nuestros hábitos de consumo. Porque absolutamente todo tiene fecha de caducidad, nuestra comida esta envasada al vacio, con colorantes y aditivos legales de dudosa fiabilidad.
Y estas fechas de caducidad se esconden y propagan a todos los productos desde el siglo XX. Todo empezó con las bombillas y una asociación de fabricantes llamada Phoebus, obviamente creado por “los otros”. Que decidió limitar la duración de sus bombillas a mil horas. Así el consumo actual, el “comprar, tirar, comprar” se prolonga hasta la saciedad. Esta práctica luego se extendió a otros productos como las medias de nylon, e incluso se planteo como obligatoria en los Estados unidos. Actualmente todo, desde tu ropa hasta tu impresora tiene fecha de caducidad.
La ropa con la que te vistes, si es de fibras vegetales lo más normal es que oculte maltrato a los trabajadores que cultivan las plantas y al propio medioambiente. Si es de plástico esconde un bonito mundo enfermo y contaminado por el petróleo, mientras que si es de piel detrás de ella está la muerte de animales por su pelaje.
A esta pincelada de acciones de “los otros” se le acumulan otras.
Como el estado de las cárceles. Cárceles donde presos son recluidos en muchos casos, hacinados y apretados como si fueran seres no vivos. Respirando un aire viciado por el sudor. Sudando por el constante contacto de sus cuerpos. Mal alimentados y débiles, con mala higiene con rostros blanquecinos y demacrados que dejan adivinar la falta de luz solar.
En las residencias de ancianos se encuentran sabios a los que nadie quiere escuchar por sus arrugas. Personas que han tenido que aguantar guerras y hambre. Gente en mal estado de salud a la que se empastilla para que se callen.  Encerrados en casas y celdas ajenas por su propia familia para poder olvidarse de ellos. Casas ajenas donde acumulan polvo y son tratados como muebles, para que luego nos preguntemos. ¿Por qué es tan arisco? ¿Por qué no quiere cuidar a mis niños mientras me voy de copas?
Si seguimos el hilo nos encontramos con las drogas y el alcohol. Las personas que lo reniegan son calificados y calificadas como imbéciles abstemios. Y los que sufren d dependencia son abandonados por la sociedad cuando más ayuda necesitan. Luego, en el otro extremo estas personas usan su enfermedad como excusa para chantajear a las familias. Quienes en lugar de ayudarlos realmente ceden o les insultan y gritan.
Cada mañana miles de trabajadores se dirigen a romper sus riñones a palos mientras que se transforman en modernos esclavos de un mal salario. Cada mañana las jornadas laborales aumentan y el tiempo para la vida en sí misma disminuye.
Cada día miles de bombas cercan países del tercer mundo pero para no culpar a los políticos y en parte porque no nos pueden dar miedo. Son obviadas por la prensa
El problema es que todos y nadie son los otros. No son una institución en si, no son un partido político ni una religión; pero donde hay poder se infiltran. Nadie esta a salvo de ser de los que les ayudan (a partir de ahora “durmientes”). Y solo muy poca gente se puede llamar “despierta” (los que no colaboran con “los otros”). Porque están en todo, ellos saben cuando usas tu tarjeta de crédito, en qué momento y en qué lugar te hiciste tu email, leen tus correos, saben dónde vives y donde no, te acompañan en la cesta de la compra, en el trabajo, en la calle, en la declaración de la renta…
Podría enumerar una lista inacabable del resto de acciones de “los otros”, pero de todos modos creo que puedes imaginarte que también están detrás del cambio climático y el resto de “artistas” de este circo.
De todos modos espero que no te importe que me haya tomado la libertad de dar un paseo por la ciudad mientras enumeraba una pequeña lista de los actos de “los otros”. Sin darme cuenta hemos acabado en el distrito financiero de la urbe.


Mil "peldones"

Bueno ya sabréis (o imaginareis) lo disimulo que estoy.
Guitarra, clases de inglés y ONG
¡ Estoy que no paro !
Pero tranquilxs por que sigo escribiendo, mucho menos; muchísimo menos si se me permite. Se podría decir que escribo dosificando los tecleos con cuenta gotas, no tengo tiempo. Esa es la pura verdad
(¿quien diría que ya estoy de vacaciones?)
Pero no os preocupéis que tengo unas decenas de paginas de Word para vosotrxs ^^
Así que empiezo a subiros más capítulos de esa pasta sanguinolenta y asquerosa aderezada con paranoias excitantes que es Madness.
Recordar, agitar antes de usar si queréis que estalle como un refresco de cola

sábado, 7 de abril de 2012

Madness: Cap 1)


Por fin os puedo traer el primer capítulo propiamente dicho de madness, ya os dije que voy a optar por la calidad y la espera más que por la cantidad.
Como siempre espero que os guste y espero criticas


Aún no sé las razones que me llevan a publicar este libro, pero bueno, es una historia que ha podido pasar en cualquier ciudad. Puede que incluso en tu ciudad. Obviamente he cambiado los nombres de algunos personajes y dejado otros intactos para causar confusión entre los “otros” (ya te lo explicare después).
Como ya te he dicho antes, he cambiado los nombres. Por si te interesa, nunca doy mi nombre de nacimiento si no es estrictamente necesario. Y es que los nombres dan poder a la otra persona sobre ti, mágicamente le da predominio a quien conoce el nombre.
Además quitándonos el rollo espiritual de encima en pleno siglo XXI es muy fácil hackear y suplantar identidades solo con un nombre y algo de tecnología. Os sorprendería saber lo indefensos que estamos. Todo desde el correo, hasta el facebook, pasando por cualquier blog o similar es leído por los “otros”.
Podría escribirte varias páginas sobre los “otros”, pero ahora mismo no estoy en una situación favorable. Temo incluso que si hablo en este momento un poco más sobre ellos, puedas empezar a tomarme como “el pirado de los otros” o me pongas un mote aún peor como “el otro pirado”.
El tiempo se me echa encima y quiero acabar hoy este capítulo como mínimo.  De modo que empecemos por el principio de la historia.
Todas las historias tienen un principio, de no ser así no podrían ser historias per se y serían otra cosa muy distinta. El problema es que casi nadie (en el fondo se podría quitar el casi) sabe donde empezó algo. Por lo que me veo obligado a elegir un principio cualquiera para esta historia, un hecho que en realidad es el final y el principio de otros acontecimientos… igualmente pasemos a nuestra historia ya.
Me encontraba sentado en un banco que fue blanco cuando salió de su fábrica. Pero ahora, gracias a la polución y la lluvia, se había vuelto grisáceo, con lágrimas negras surcando su faz de piedra.
Tanto él, como el resto de personas en la calle y yo estábamos sumergidos en una nube negra de gases proporcionada por los siervos de metal y gasolina que llamamos coches. Extrañamente todos los que daban vueltas por el centro a esas horas, eran negros. No había vehículo que no diera la impresión de mayor querer ser un coche fúnebre. Todos escupían sus gases como si de enfermos terminales se trataran, dejando ese asqueroso olor a gas en la atmosfera que denotan los residuos de la ignición.
En medio de esta nube de oscuridad que ocultaba al mismísimo astro rey, un rayo de sol intentaba abrirse hueco entre el aire contaminado. Ni que decir tiene que a consecuencia del oscurecimiento contaminante, a las seis de la tarde estábamos alumbrados por farolas en lugar del sol.
Yo me encontraba en el banco que antes fue blanco, cuando eran exactamente las seis y cinco con treinta y tres centilitros de limonada en una mano y mi portátil en el regazo. Tratando de escribir algo que mereciera la pena. Aun así parecía que ese día no iba a tener suerte.
A como treinta metros de distancia, en línea recta siguiendo el ángulo de noventa grados formado por mi portátil y mi pierna derecha. Se encontraba un tumulto de gente apiñada en frente de un atril, un escenario formado por un entablado de madera en el que se encontraba una mujer rubia, con el pelo cortado de forma que parecía un hombre. Vestida con esmoquin gris y corbata naranja. Con dos pendientes de bolas negras semiocultas entre su pelo enlacado.
La mujer era Angel Krupp, en poco tiempo había logrado ascender en las filas del partido de ultraderecha “Unión Naranja”  era un claro ejemplo de igualdad si lo pensamos bien. Las mujeres también pueden ser idiotas.
Como era imposible escribir decidí ir cogiendo fragmentos sueltos del discurso (lo podía escuchar desde allí gracias a unos “agradables” altavoces que habían colocado los miembros de la Unión Naranja). Solo escribía a ratos, y me sorprende que el Word no estallara, de todos modos os pongo algo para que veáis la tónica del discurso.
Todos los asistentes parecían zombies, uniformados,  vestidos con los grises y naranjas de la Unión. Pendientes como niños sin nada que hacer delante de la televisión. Cuando empecé a escribir habían acabado de proyectar un par de imágenes del fundador del partidor:
-          […] y en estos momentos de la historia, es necesario un nuevo líder. Alguien que nos guie en la batalla contra los camaradas chinos y cubanos, contra los desviados y los que nos quitan el trabajo.
(en este punto el público se emociono y se oyeron vítores)
[…] y esa nueva líder esta aquí y ahora, delante de vosotros compañeros, hablándoos.  
(Aquí varios miembros del partido que la apoyaban, se frotaron las manos, se relamieron un labio bigotudo o no reprimieron una sonrisilla de oreja a oreja)
[…] Yo acuso al gobierno de negligencia general, al no permitir el uso de armas atómicas. Nuestra gloriosa Armada Invencible hará huir en desbandada a los sacatripas de nuestros enemigos. ¡¡ Somos el cambio que el país necesita, no solo el país, el mundo entero !!
(si lo de antes eran vítores ahora Krupp había desatado las más intrínsecas apasiones de su público)
-Otra cuestión…
(breve parón hasta que los asistentes se callaran mientras se repasaba los labios cubiertos de maquillaje)
-… otra cuestión, compañeros, es el problema negro. (Retrocedió unos pasos y junto las manos delante del abdomen, entrelazando los dedos, para luego decir):
 -Y que conste que yo me considero amiga de tooodos los negritos, (a partir de este punto adoptó un tono trágico).
 -Cuando yo tenía catorce años, mi criado negro murió atropellado por el camión de la lavandería. Y aún recuerdo con dolor como lloro desconsolado durante días y noches mi corazón de ciudadano.
(En este momento desecho el tono lastimero, para cambiarlo por uno más agresivo y decir):
-Sin embargo, todos sabemos que hay otros negro ¡negros malos¡ ¡Y todos sabemos también cual es la respuesta que se merecen, mientras nos quede en nuestros bidones una sola gota de maldita gasolina ¡ […]

Después de estas líneas creo que ya os podéis hacer una idea de lo que es “la Unión Naranja”, un grupo de extrema derecha que se está haciendo popular en la Ciudad. Solo en la reunión de hoy, sin contar a los propios miembros, se contaban mil personas presenciales. Luego faltaría contar el número de personas que los seguía por internet y webcam. Pese a todo ningún tipo de comunicación escapa a los “otros”.

Siempre que oigo alguno de los lemas de la Union Naranja, me entra un extraño dolor de estomago, así que te puedes imaginar fácilmente lo que me pasa a continuación de estar como media  hora transcribiendo una de sus cantinelas habituales.

No podía aguantar más, de modo que guarde mi portátil en su funda negra. A buen recaudo bajo su cremallera y una pegatina amarilla y negra contra las centrales nucleares. Me sacudí un poco los pantalones quitando un polvo imaginario. Y me puse la capucha de mi cazadora de cuero negra para irme presto a casa.

La ciudad se mostraba extrañamente triste. Rodeada de un aura melancólica y enfermiza, como si se quejara con su silencio. No le culpo, debería estar muy enferma por la cantidad de coches que circulan por sus arterias y calles contaminándolas. La cantidad de residuos que sus habitantes arrojaban sobre su piel y sus calles.
Otra razón para la depresión y rodear el propio cuello con una corbata de cuerda es la falta de solidaridad de sus habitantes, siempre pisoteando a los demás por su camino.

La urbe estaba cansada esa noche, puede que fuera por eso por lo que no se cuidaba de ocultar sus edificios manchados de gris y negro de polución. Ni en meter debajo de un coche a los animalillos muertos bajo la acera.

Incluso las farolas y las luces de los comercios estaban decaídas y con pocas ganas de iluminar las aceras.

Lógicamente todo esto es obra de los “otros”, esos seres irritantes que se esconden detrás de cada atrocidad del ser humano.  Dentro de poco te contare algo más sobre ellos y ellas. Pero paciencia si me expongo demasiado, esa información no llegara y puede que incluso dejes de leerme por considerarme un paranoico (cosa que puede que sea cierta).

Era frustrante e incomodo el estado de la metrópoli, degradada y vejada, contaminada y ensuciada, ennegrecida y ahumada; abandonada.

Podía incluso oír como se desplegaban las cámaras de seguridad a mis espaldas. Es curioso como lo que empezó siendo la mejor arma defensiva de los pequeños comercios  se haya convertido en la mayor arma para acojonar 1 a los manifestantes.
Estas cámaras de desplegaban y despliegan sigilosamente, casi sin dejar notar sus engranajes. Y se dedican a observar desde las alturas de los edificios. Grabando todo, desde el beso furtivo de la pareja hasta a la prostituta haciendo su trabajo en un callejón mal iluminado.

Curiosamente coincidieron estos pensamientos con mi paseo y decidieron que me acordara de la sucursal del banco enfrente de la que estaba. Hace una semana un tipo se reventó la cabeza delante de la puerta del banco.

La cámara grabo el impacto de la bala, todo, desde el primer instante. Como el video se paso por varias televisiones se pudo ver el destello plateado de la bala a menos de una uña de la sien. También era visible el rostro sudoroso y agitado del suicida que la empuñaba, empañado por el sudor y con el pelo alborotado y mojado por la misma sustancia que recorría su cara.

Como la grabación era a cachos, esta primera imagen se eternizo, para justo después ver como el hombre esparcía su mente (en el sentido más literal) por toda la sala.

Trozos de masa espongiforme se pegaban a las paredes, abrigos y cuerpos de los diez clientes del banco que estaban allí. No se salvo nadie de quedar bañado en materia gris, ni la señora con su carísimo abrigo de visón heredado de su abuela ni el niño pequeño que acompañaba a su madre.

Todos tenían algo del cerebro de aquel hombre, enredado en el pelo, adherido a la ropa o incluso dentro de la camiseta.

El espectáculo era dantesco, con el antiguo blanco de las paredes actuando ahora de rojo sangre, las personas en el banco gritando y chillando mientras que se medio escurrían con la sangre pegajosa. Y en el centro de la sala. Un hombre, inmigrante de 30 años, desplomado y  muerto. Creando una fuente de sangre.
El hombre en cuestión era Hammeb pero ya os contare la historia en otro momento, al igual que os hablare de “los otros”.

Fue sumergido en estos pensamientos cuando llegue a mi casa y en un acto mecánico, casi reflejo abrí la puerta con cierta parsimonia para encontrarme con la misma estampa de siempre. La casa ligeramente desordenada pero con una extraña alegría que se hacía soberana del lugar.

Por si te lo preguntabas o por si te los esperabas. Vivo en una casa bastante normal, por razones “privadas” suelo cambiar de casa a menudo. Y nunca he pagado hipoteca ni alquiler.
Soy un okupa y por si te interesa mi nombre, no te lo puedo dar por las razones que he citado arriba. Disfruta de un nickname si lo deseas : 010001.

1: Hablando mal y pronto


lunes, 23 de enero de 2012

Madness: Presentación


La luna entraba serenamente por la ventana. Iluminando la estancia y aportando un blanquecino y bello tono  a los objetos. Era precioso como la luz jugaba con la pecera dispuesta en la mesa central.
Las velas diseminadas por el resto del salón otorgaban un resplandor cálido que se había conseguido media hora antes apagando las lámparas del techo. Hacía rato que la cena había terminado.
Una bella balada sonaba y recorría la habitación. Impregnándola de sentimientos prohibidos, y placer.
En la habitación de al lado se encontraba David, esperando una cita que había concertado por internet. Aunque hacía ya media hora que debía haber llegado ahí solo estaban los restos de la cena que había preparado, sus peces y la pantalla del ordenador que le devolvía el reflejo lastimero y agotado.
No era la primera vez que le pasaba. Y bien mirado le habían pasado cosas peores, como la vez que acabo saliendo con ese travesti tailandés, o cuando la “joven e inteligente” muchacha resulte ser una mujer de ochenta años analfabeta.
Bueno, lo mejor que podía hacer era poner la tele un rato a ver si se distraía.
Fue justo entonces cuando tocaron al timbre.
David, emocionado no pudo reprimir una sonrisilla de alegría y salió corriendo como un perrito en dirección a la manivela de la puerta.
Cuando, abrió se dio cuenta de que el travesti tailandés había sido incluso mejor que eso. Mitad lobo y mitad humano. Un monstruo entró en la casa. No tardo ni cinco minutos en dar cuenta de su cena.
En cuanto entro, se desenvolvió en una maraña de giros carmesí salpicando el felpudo  del recibidor. Y con David aún con vida lo cogió de una pierna, introduciendo sus garras en la carne del muchacho como quien parte un trozo de tarta. Y lo llevo a rastras hasta el salón golpeándole la cabeza en un par de esquinas del pasillo y contra el marco de la puerta. Lo que hizo del recorrido un rojizo sendero salpicado de sangre y contusiones varias.
Una vez en el salón con el pelaje manchado de sangre. Esbozo una sonrisa que permitió que un tufillo a descomposición asomara por entre sus dientes, largos, blancos como el marfil y afilados como una motosierra.
El pobre humano que se encontraba bajo sus pies estaba al borde de un ataque de pánico. Tanto que creo que si el lupino lo hubiera soltado en ese momento. Se hubiera puesto a dar vueltas sobre sí mismo, dándose de golpes contra la pared intentando encontrar la puerta.
El hombrecillo era realmente penoso, una especie de sustancia mocosa goteaba de su nariz y algo parecido a agua de sus ojos. Aun no sé cómo no se le pudo quitar el apetito a la bestia furiosa que tenia encima.
Pero parece que la bestia no estaba por dejar escapar un ápice de clemencia.
No tardo mucho en hundir sus garras sobre el vientre de su cena. Lo que provoco al instante un par de toses que escupieron sangre y que la maraña de pelo se viese cubierta de vísceras, sangre y una sustancia marronacea mal oliente que hace menos de un minuto habían pertenecido a un humano.
Por su parte uno de los ojos se le había escapado de las garras cuando decidió sacarlo poco a poco del cadáver. Y justo cuando fue a ejercer el último esfuerzo para separar la sustancia pegajosa que es el nervio óptico. Se le escapo y acabo en la pecera.
La cara del cadáver estaba desfigurada y se parecía más un montón de carne picada malamente pegada a unos huesos que se dejaban entrever. Coloreados por la sangre y en su minoría ocultados por restos de girones musculares.
Después de terminar su banquete, el hombre lobo volvió a sonreír, había disfrutado mucho separando la piel del cuerpo y comiéndosela poco a poco. Para divertirse un poco más rompió la espalda del muerto, de forma que parecía como si estuviera de rodillas.
Miro a la luna y no pudo reprimir una sonora carcajada entremezclada con un aullido. Ella seguía tan serena como antes de que él entrara por la puerta.

Espero que tanto cambio no os maree

Pues nada, dando vueltas como un tonto alrededor del teclado a ver si me llegaba la inspiración.
Han tenido que descolgarse algunas neuronas, por que he enterrado en un ataúd bajo dos metros de tierra a historias de la Ciudad y a Eiloc.
Y en su lugar, he juntado lo que creo que era mejor de ambas y he creado una nueva historia:
 * Madness*
Aun no se muy bien como va a ir ni cuales van a ser las historias principales.
Eso si no sera una historia apta para cardiacxs.
Dicho esto, os dejo para que podáis introduciros en el mundo de vuestra Locura particular.

martes, 3 de enero de 2012

Eiloc: Cap 2) Presentación de camtahaliönN 4º Parte



Después de unas agónicas pesadillas que le trajeron un mal descanso y un extraño dolor general. El futuro Camthaliön se despertó, y se encuentro en una diminuta cabaña en un bosque, postrado en una cama y con vendajes en todo su cuerpo.
Todo le daba vueltas y una extraña luz desdibujaba todas la figuras a su alrededor. Como consecuencia tenía un dolor de cabeza como si una manada de elefantes hubiera pisoteado su cerebro y como premio se hubieran paseado por su cuerpo para rematarlo.
Pudo advertir como una figura negra se giraba para poder verlo. Pero las fuerzas le flaquearon en ese punto y volvió a ser presa del sueño y la inconsciencia.
A continuación y como fin a otro “alegre y ecuestre” tour por sus mundos del sueño. Pudo volver a abrir los ojos y esta vez encontró la cara de un anciano mirándole fijamente y ofreciéndole una taza de algo humeante.
-          …. –el joven intentó decir algo pero por algún motivo no sentía las cuerdas vocales ni los labios-
-          Chissst –dijo el viejo- tranquilo te he ahorrado la molestia de intentar hablar y acabar gritando de dolor, te he aplicado unos hechizos curativos y he anestesiado tu aparato fonador durante un tiempo.
El viejo no debió de percatarse de la cara del muchacho o si lo hizo no decidió hacerle caso. En estos momentos le estaba dedicando una poderosa mirada de odio y en cierto punto extrañeza.
Pasaron cinco aburridos días 1 en los cuales el chico poco a poco fue recuperando la vitalidad y la energía gracias a los modales del viejo. Eso si estaban famélicos, los dos el viejo parecía seguir una estúpida dieta a base de pan y agua y cuando llevas sin cocinar vete tú a saber cuándo. Es normal que pierdas facultades y cometas deslices alimentados a enfermos2.
1. Creerme si que fueron aburridos, al chico no paraba de dolerle la cabeza y se pasaba prácticamente el día y la noche durmiendo. Mientras que el viejales no es que fuera precisamente el alma de la fiesta…
2. “Pequeños” deslices como que se te olvide cocinar la carne. No le quites las raspas al caldo de pescado, o mi favorito. Adereces los pescados con tierra. Bueno, él dirá que no lo hizo a posta, pero al quinto día se le cayó un pescado a la tierra y se lo dio con cierta malicia al enfermo… eso sí después le comento el incidente y el por qué de ese sabor tan peculiar. Afortunadamente seguía con la garganta anestesiada y no podía moverse excesivamente.

Eiloc: Cap 2) Presentación de Camthaliön Resubida

Nota: Este capitulo aun no esta terminado, es lo que había antes en el blog, aun le quedan unas cuantas partes



<< Nunca me han gustado las fiestas. Puede que sea eso lo que me ha llevado, tras años de estudio y sacrificio. A obtener la túnica dorada que me señala como Archimago. >>
<< La razón de esta aversión, debe provenir, sin duda alguna de mi infancia. Cuando no había tiempos para sortilegios o hechizos. Ni dinero para una educación básica. Cuando podría considerarme afortunado su ese día no tenía nada para comer; y no me daban una paliza que me dejaría postrado en la cama cerca de dos semanas mal contadas. >>
Y es que el Archimago de la prestigiosa escuela de Tamuyr; no disfrutó siempre de los beneficios de la magia y la jet-set. Prueba de ello es su anterior nombre: “Perro”
Por aquel entonces, el vestía con unos harapos profundamente raídos. Producto natural y resultante de dos años de vida en las calles comiendo de la basura, y mendigando alguna moneda para recibir un puñetazo. Su cara distaba mucho de ser el semblante distendido y amable de estos días. Embadurnada del hollín de las chimeneas que limpiaba. La faz del chiquillo era la cara de alguien a quien la desventura, la muerte y la incomprensión, recamaban desde tiempos inmemorables.
Sus manos eran raquíticas y huesudas; tan demacradas como el resto del cuerpo. Estas estaban plagadas de arañazos y cortes. Provocados en su mayoría por el “buceo” (recolecta de comida en los contenedores).
Las piernas eran la otra parte de su joven cuerpo que peor era tratada. Magulladas, y en mayor parte del tiempo sangrantes. Podría decirse que hacían juego con las manos. La única diferencia con las partes superiores era la localización y gravedad de las heridas. Además de que las piernas estaban ligeramente protegidas por unos vaqueros.
Los encontró el verano pasado 1 colgados de una viga, en un granero abandonado. Después de cerca de una fatigosa media hora intentando trepar por un pilar de madera. Decidió lanzar una piedra y ver qué pasaba. ¡Et voila! El guijarro dio en la hebilla, rebotando (¿pero qué?) y metiéndose en uno de los seis bolsillos del pantalón. Desequilibrándolos y posándolos en el suelo con escasa delicadeza.
En el preciso instante en el que los pantalones besaron el suelo. El chico, (el que el único nombre que había conocido hasta ese instante era Bastardo) cogió una antigua nota, envejecida, en la que ponía Fiwë Fenfalas.
No se atrevió a adoptar el nombre. Debía pertenecer a alguien importante (pensó él), en su ignorancia llego incluso a pensar que poseía los antiguos pantalones de un noble. Cosa que en los suburbios en los que dormía, era algo útil y/o peligroso. Lo que le llevo al segundo golpe de suerte 2 de aquel año. Aprender una profesión.
1: El que según había sido el mejor verano de toda su existencia
2: Que no fue necesariamente bueno, ni necesariamente malo.


Fue una mañana. Cuando después de pasar la acostumbrada noche en la que prácticamente molió todos sus desprotegidos huesos en el frio empedrado, encontró al que le enseño su primer oficio.
Siguiendo la compleja maraña de rituales y leyes no escritas; necesarias para sobrevivir a la vida en los barrios bajos. Bajo hasta el centro ciudad para evitar así el encontrarse con gente más fuerte que él (razón principal para dejarlo postrado en cama). Pero, aun asi nos os confundáis. No es que fuera bien trato en el centro, sus andares y ropas escandalizaban a los nobles (que en lugar de acercarse y ayudarle, dándole una comida digna, lo miraban con recelos y palpabanse sus ricas y delicadas vestimentas) mientras que su raquitismo y aspecto famélico hacían que los vendedores recontasen sus productos como si les fuese la vida en ello.
Prácticamente los únicos que no lo miraban con desprecio eran los escasos artistas callejeros. Nómadas la mayor parte de ellos, estaban acostumbrados a ver desgracias. Y, aun en escasas ocasiones; repartían alguna manzana medio podrida  o los restos de la cena de ese día entre algún agraciado vagabundo que pasara por allí. Este comportamiento era curioso y harto extraño. Debido a que muchas veces ellos mismos no tenían que llevarse a la boca, y si lo tenían no solía sobrepasar el mendrugo de pan acompañado de un vaso de tinto y puede que un filete reseco en los días de fiesta.
Puede que ellos como juglares y no trovadores1 que eran entendiesen mejor las necesidades de los pobladores de las calles; o puede que simplemente decidieran ser simpáticos.
Poco importa eso cuando llevas más de una semana sin comer. Al acercarse el chiquillo al campamento de los juglares, los pelillos de su nuca se erizaron como respuesta a la alegría y algarabía cercanas. Loco, de la emoción por conseguir algo que llevarse a la boca no pudo contenerse y echo a correr calle abajo hasta toparse de con la paciente fogata que quedaba de la noche anterior.
El chaval busco a los artistas, y al no encontrarlos pensó que aun estarían actuando dos calles más abajo. Y pensando en ocasiones anteriores decidió adentrarse en la cocina para coger un pedazo de pan con sutileza e irse como si no hubiera pasado nada.
 La cocina en sí, probablemente no fuera digna de aquel titulo. Era una tienda anexa a la tienda donde se guardaban los instrumentos necesarios para las actuaciones. Si gustásemos de entrar en ella, veríamos una proporción ingente de hierbas medicinales colgadas en ramilletes de lo alto de la tienda. En caso de bajar la mirada daríamos de lleno con los escasos platos de barro existentes, que en ese momento estaban a medio fregar. Si giramos la cabeza inevitablemente veríamos autenticas montañas de vegetales. Las montañas verdes estaban dispuestas de tal manera que pareciera enfrentadas con un grupo de hogazas morenas y tostadas al calor del horno.
Fue a ese lugar adonde se dirigió el futuro Archimago, no sin antes reparar en un libro que estaba descansado en una mesa en el centro de la cocina. El libro en cuestión no era muy llamativo, de unas tapaderas de cuero rojo, con caracteres dorados tatuados en el lomo, y de un grosor de unos cinco centímetros. El Camthaliön de aquel entonces no sabía leer, pero pensó que no hacia mal a nadie vendiendo ese libro. A fin de cuentas los juglares no lo echarían en falta, dado que estaba sepultado bajo unas hojas de lechuga y algunas cascaras de cebolla.

1: Mientras que el trovador suele trabajar como cantautor en cortes, o similares, gracias a su (usual) educación de clase “alta” (muy entrecomillada esta última palabra). El juglar suele interpretar las canciones de los primeros con algunos apaños de su propia cosecha (debido en parte a su usual origen más humilde), amenizando las tardes de los transeúntes y recibiendo limosnas.


De modo, que con pensamientos de venta y beneficios en mente abandono el campamento con un cacho de pan duro y mohoso y un libro rojo (en otras circunstancias habría cogido una hogaza entera y en buen estado, pero algo en el fondo de su corazón le instaba a dejar aquel libro en su lecho de despojos de la ensalada de anoche). Esta vez no corrió por las calles, ni siquiera ando rápido, estaba ocupado pensando en cuanto podría valer el libro. Porque seamos sinceros, uno no puede ser analfabeto y pretender ser un experto tasador de libros.
Basándonos en el precio del cuero de base podría pedir un precio relativamente moderado prácticamente alto; pongamos unas tres monedas de oro. Si nos fijamos en la cantidad considerable de papel podríamos aumentar el precio hasta llegar a unas cincuenta monedas de cobre extra. Aún así ese precio solo daría para comer bien un mes escaso. Y eso teniendo en cuenta que no intenten rebajarlo.
Ya por la noche pensó que debería pedir más. ¿Qué tal si les saco una moneda de plata en lugar de cincuenta de cobre? Si hago eso puede que pueda dormir dos semanas en una posada. No, eso no me compensaría, debería usar ese dinero en comprarme ropa decente y encontrar un trabajo pero ¿qué puedo hacer yo? Alguien que su ultimo (y único) recuerdo antes de despertarse en las calles es el de unas manos delicadas empujándolo a hasta llegar al extrarradio.
Probablemente me dejen trabajar como monaguillo… aunque mejor pensado eso de no pecar para alguien que vive de los hurtos y las basuras…. No lo veo. ¿Y si fichase de campesino? Imposible, no me creo capaz de pagar impuestos a algún vago, que es más necio que yo.
Visto así parece que mi única salida es pagar para meterme a aprendiz de algún artesano. O ser un vulgar estafador de poca monta que venda crece pelos, filtros de amor, o “haga” milagros. Pero aunque uno haya vivido en la calle, tiene una moral. No puedo timar a los que han sufrido lo mismo que yo, y han recibido el abrazo del frio desde la noche hasta el alba.
Por otro lado podría simplemente comprar comida e ir a vivir junto a los paganos, y los proscritos en los bosques. Si tengo suerte me encontrare con algún guardabosques que me enseñara el oficio… pero bien pensando es la más peligrosas de estas ideas. En los bosques se refugian todos los desechos de la sociedad, bandidos, proscritos, herejes y paganos… Mejor pensado haría mejor en ponerme un cartel en la espalda que ponga:
 “Tengo dinero, róbame.”
Fue en medio de estos pensamientos de futuro, cuando Camthaliön se choco contra una figura vestida de negro. Esta le dio un empellón que lo desequilibro y lo lanzo a un charco de barro.
<<Perfecto, ahora tengo un pan mohoso lleno de barro y un libro que. ¡Se ha salvado! –pensó Camthaliön>>
En efecto, el libro se había salvado, pero eso no significaba que fuese suyo. La figura vestido de negro se había apropiado del libro (según el chaval).
-          ¡Eh, tú devuélveme mi libro! –grito, levantándose lo más dignamente que pudo-
Como toda respuesta la figura vestida de negro siguió caminando con el libro rojo bajo el brazo, no sin antes arrojar una bolsa de monedas a los pies del chico.
-          ¡Que me lo des! – reitero Camthaliön-
El silencio, fue la única respuesta obtenida, esto no tranquilizo al chaval, lo irrito más aun (¡Ese tío se estaba riendo de él!). Y tras coger la bolsa de monedas se lanzo a la carrera. Cuando la figura giro rápidamente la cabeza y vio que el chico perseguía su sombra, no solo no echo a correr si no que se paró en seco, dándole la espalda. Levanto la mano, y no hizo nada mas salvo devolver su brazo a la posición inicial.
El chico, más irritado aún por la vaga respuesta de la persona que tenía delante. Acelero, más hasta, que llego al punto de estar a un palmo del ladrón de su libro. Y al dar un paso, sin explicación aparente se cayó y volvió a comer algo de barro.
Cuando escupió el barro, expulsándolo así de su boca. Vio que tenía una mano completamente blanca tendida frente a él. Parecía como si quisiera ayudarlo. Pero el chico, lleno de rabia le dedico una sonrisa bobalicona y un escupitajo como respuesta. Y se levanto solo sin borrar la estúpida e irritante sonrisa de su cara.
-¿Quieres darme mi libro? –dijo, conteniéndose para no gritar-
Fue, en ese momento. Cuando la figura permitió que el viento empujara la tela que cubría su cabeza. Para así revelar un bello rostro, coronado por cabellos negro, como el tizón, que en contraste con su pálido rostro, le daban el aspecto de un muerto… bueno un muerto, demasiado vivo. Los ojos parecían auténticos pozos en los que las estrellas se reflejaban, iluminando el rostro, de un cariz preternatural.
-¿Tu libro?-respondió una voz femenina y melodiosa- Este libro, no es tuyo, te lo acabo de comprar. –y antes de que le diera tiempo a recomponerse añadió- ¿No es eso lo que querías?
El chico, que no estaba acostumbrado a que le leyeran el pensamiento 1. No se le ocurrió otra cosa que ponerse a gritar a pleno pulmón:
-¡¡BRUJA!! – breve pausa para recuperar aire después de su monumental aullido- ¡Es una bruja!
-Idiota –masculló la mujer-
Dicho esto, la mujer no hizo gran cosa. Salvo, volver a protegerse bajo la capa y la capucha, y proseguir su camino, después de cerrar los ojos un momento y descolgar el farolillo que iluminaba la calle. No tardo en estrellarlo contra el pavimento, al tiempo que dijo:
“Oh ojos negros. Ayudadme a ver, solo una mirada, para que me pueda, yo esconder”.
Al instante, los transeúnte de la oscurecida calle. Sintieron como un ropaje pasaba rápidamente cerca de sus pieles, pero sin siquiera rozarlas.
1: Entenderlo, no solo es la irritación obvia de este encuentro. Si no que además se le suma el ataque psíquico que acababa de recibir
A los cinco minutos, el miedo de los adultos era palpable  en el aire. No es que temiesen que la mujer les hechizara, o robara a sus niños. A fin de cuentas eran relativamente normales las brujas que pasaban por la ciudad y no se molestaban en usar sus poderes. El problema radicaba en que en el fondo temían a lo desconocido. Y ellos acaban de ver magia en acción. Que por muy débil que fuera siempre necesita concentrar altos nivel de energía para trastocar la realidad.
Y es que en un pueblo acostumbrado a las supersticiones. No pasa por alto el aullido de los perros, en la medianoche, ni el vuelo de los cuervos en forma de uve, como tampoco permite que los gatos negros pueblen sus calles. Razón, por la cual esta vez tampoco lo tacho de paparruchas.
Los perros, entonaron su canción. Los cuervos se elevaron de los pegajosos campos de malvas que son los cementerios. Y los gatos negros salieron a las calles.
¡Imaginad el revuelo montado! Tenemos varios ignorantes intentando pasar a la acción de la forma más organizada posible, correteando de un lado a otro, santiguándose y buscando la Iglesia más cercana. La muerte sobrevolaba los edificios de la ciudad. Ningún lugar estaba a salvo, los campanarios tañían sus campanas, al son del fuego iniciado a la desbandada por los campesinos.
Los rumores se propagaban al ritmo del fuego, mientras uno lamia y destruía las casas hace poco serenas. Los otros, no lograban ponerse de acuerdo en cuan de espantosa era la mujer. Unos decían que era hija del mismísimo Satanás, mientras que los otros hablaban de una trágica historia de amor que acabo con la muerte de la joven, dándole poderes de ultratumba para consolidar su venganza y desfigurando su rostro cada luna llena.
Los durmientes, salieron del amparo del hogar a las frías aceras, aún en camisón, y los que pudieron con algo de ropa o dinero encima. Los llantos de los niños y las mujeres rasgaban el cielo como si se tratasen de saetas. Más de un pequeño murió asfixiado por el humo esa noche. Tal era la impotencia de los habitantes de la ciudad
No tardaron en oírse lacónicos rezos y oraciones a los diferentes dioses, el compas de estos era marcado por la acuciante necesidad de encontrar un camino entre las llamas para poder ir al rio del bosque. Pese, a las múltiples promesas y ofrendas recibidas en forma de vidas, los dioses deberían estar riéndose de esos mortales. Asustados por el equivalente medieval a unas gafas de visión nocturna.
El olor a carne asada impregno la ciudad, con un tétrico humor negro. Hacía meses que los habitantes no podían costearse un banquete como el que les ofrecía la antropofagia en esos instantes.
El caos era el verdadero rey de la ciudad. La muchedumbre, enfurecida y atemorizada buscaba la manera de salir de este infierno. Mientras que los más pobres y desgraciados intentaban aprovecharse de las casas desprotegidas saqueando los objetos de valor, encerrándose así en su propia mastaba de lujo derretido y carne quemada.
Los inmortales despertaron al son de las campanadas. Controlados por sus instintos asesinos y su eterna sed. El fuego los había despojado de las artes de seducción y el misterio que los caracteriza. Ahora se habían convertido en vulgares asesinos, que no eran capaces de controlarse. Mientras que algunos corrían en dirección contraria al fuego, otros procuraban alimentarse del primer desgraciado que se cruzase en su camino. Las calles recibieron un baño de sangre que no recibieron desde su construcción, a manos de esclavos.
Los hijos de la noche, degollaban a vírgenes y madres por igual, sin importarles el status o condición social. Solo ansiaban el líquido que calmaría su constante sed. Muy pronto la población quedo diezmada, por los asesinos nocturnos. Que ahora no se contenían y se deleitaban clavando sus uñas en gargantas ajenas. O mordiendo alguna vena. Los pocos que aun mantenían la compostura, disfrutaban dando tajos en las espaldas de victimas que eran empujadas hasta ellos en una vorágine de violencia. Y luego, lentamente, para prolongar el tortuoso sufrimiento y el deleite previo a la alimentación. Poco, a poco, muy lentamente. Estiraban de la piel, hasta transformar a sus víctimas en una mole de músculos que chillaban y pidieran que acabaran con sus vidas. Teníamos vampiros de todos, los estilos, desde los sádicos antes mencionados, hasta los “humanos” que intentaban escapar junto a sus familiares humanos, pasando; como no por los que preferían crear progenie.
Fue en el momento de mayor violencia vampírica. Cuando el viento aulló entre las grietas de los edificios robándoles el calor a los vivos y enfureciendo a los vampiros. Cuando las llamas se propagaron por la ciudad, y alcanzaron el bosque. El límite de la frontera entre el rey vecino y la ciudad en llamas.
Como es natural el horror no dejo indiferente a Camthaliön. Quien con un vampiro pisándole los talones. Tomo la más afortunada decisión de su vida 1. Cruzar las llamas. Estuvo cerca de un minuto dudando, pero quemarse era mejor que morir desangrado 2. En apenas un instante, el futuro Archimago, saltó, entre las llamas. Sorteando gran parte del muro de fuego y dejando que el vampiro se quemase, pero quedándose a la mitad del mismo.
El simple hecho de intentar gritar de dolor, le era imposible. El dolor era aun más acuciante si movía cualquier musculo que no fuera estrictamente necesario. Rápidamente y sin siquiera pensarlo, rodo, por la arena, para apagar el fuego. Aun sabiendo que arrastrarse por el suelo le dolería bastante.
Y fue allí, donde poco, a poco, gimiendo como buenamente pudo, fue cediendo, hasta perder la conciencia.

1: Principalmente por que le permitió prolongarla
2: Como nota curiosa: Dudo que ahora mismo hubiera elegido igual. El robo de vida por parte de un vampiro es bastante placentero, para ambos individuos. “Donante” y receptor. Debido a una toxina segregada por los vampiros, a fin de evitar que la victima intente escapar.