<< Nunca me han gustado las fiestas. Puede que sea eso lo que me ha llevado, tras años de estudio y sacrificio. A obtener la túnica dorada que me señala como Archimago. >>
<< La razón de esta aversión, debe provenir, sin duda alguna de mi infancia. Cuando no había tiempos para sortilegios o hechizos. Ni dinero para una educación básica. Cuando podría considerarme afortunado su ese día no tenía nada para comer; y no me daban una paliza que me dejaría postrado en la cama cerca de dos semanas mal contadas. >>
Y es que el Archimago de la prestigiosa escuela de Tamuyr; no disfrutó siempre de los beneficios de la magia y la jet-set. Prueba de ello es su anterior nombre: “Perro”
Por aquel entonces, el vestía con unos harapos profundamente raídos. Producto natural y resultante de dos años de vida en las calles comiendo de la basura, y mendigando alguna moneda para recibir un puñetazo. Su cara distaba mucho de ser el semblante distendido y amable de estos días. Embadurnada del hollín de las chimeneas que limpiaba. La faz del chiquillo era la cara de alguien a quien la desventura, la muerte y la incompresion, recamaban desde tiempos inmemorables.
Sus manos eran raquíticas y huesudas; tan demacradas como el resto del cuerpo. Estas estaban plagadas de arañazos y cortes. Provocados en su mayoría por el “buceo” (recolecta de comida en los contenedores).
Las piernas eran la otra parte de su joven cuerpo que peor era tratada. Magulladas, y en mayor parte del tiempo sangrantes. Podría decirse que hacían juego con las manos. La única diferencia con las partes superiores era la localización y gravedad de las heridas. Además de que las piernas estaban ligeramente protegidas por unos vaqueros.
Los encontró el verano pasado 1 colgados de una viga, en un granero abandonado. Después de cerca de una fatigosa media hora intentando trepar por un pilar de madera. Decidió lanzar una piedra y ver qué pasaba. ¡Et voila! El guijarro dio en la hebilla, rebotando (¿pero qué?) y metiéndose en uno de los seis bolsillos del pantalón. Desequilibrándolos y posándolos en el suelo con escasa delicadeza.
En el preciso instante en el que los pantalones besaron el suelo. El chico, (el que el único nombre que había conocido hasta ese instante era Bastardo) cogió una antigua nota, envejecida, en la que ponía Fiwë Fenfalas.
No se atrevió a adoptar el nombre. Debía pertenecer a alguien importante (pensó él), en su ignorancia llego incluso a pensar que poseía los antiguos pantalones de un noble. Cosa que en los suburbios en los que dormía, era algo útil y/o peligroso. Lo que le llevo al segundo golpe de suerte 2 de aquel año. Aprender una profesión.
1: El que según había sido el mejor verano de toda su existencia
2: Que no fue necesariamente bueno, ni necesariamente malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario